Los textos que se editan en este blog desvelan el fundamento histórico de diversas leyendas y relatos que pueden encontrarse en las fuentes clásicas grecorromanas. Como autor que investiga estas relaciones entre la mitología y la historia, he sido colaborador de la revista HISTORIA-16 entre los años 2001 y 2007 y he publicado, hasta el momento, los siguientes libros:
"La Guerra de Troya: más allá de la leyenda". Ed. Oberón (Grupo Anaya), 2005.
"La Guerre de Troie: au-delà de la légende" (trad. al francés). Ed. Ithaque, 2008.
"Los Hijos de Breogan: historia y leyenda de los pueblos célticos". Ed. Cultivalibros, 2012.

martes, 24 de septiembre de 2013

LOS HICSOS Y LA LEYENDA DE DÁNAO

Algunos mitos de la tradición griega relacionan de forma bastante directa la región de Argos, situada al nordeste del Peloponeso, con el país del Nilo. El relato más interesante se refiere a Dánao, hijo de Belo, quien encontró refugio en Argos cuando era perseguido por su hermano, llamado Egipto. Los griegos de la Edad de Bronce, que desarrollaron la civilización micénica entre los siglos XVI y XII a C, eran llamados aqueos y dánaos por el poeta Homero, y esta última denominación se ha conservado igualmente en las fuentes egipcias de aquella época. Una inscripción del templo funerario de Amenhotep III, en Kom el-Hettan, menciona la ciudad de Mukana (o Micenas) y otros enclaves helénicos perfectamente reconocibles como partes integrantes del país de Danaya, que se identifica por tanto con Grecia.

Frank H. Stubbings, uno de los especialistas que escribieron la obra titulada “Cambridge Ancient History”, interpretó la leyenda de Dánao como el recuerdo de un posible hecho histórico: el asentamiento en la región griega de la Argólide de un grupo de refugiados hicsos, perteneciente a los gobernantes de origen asiático que dominaron Egipto durante unos 100 años y que fueron finalmente expulsados por los egipcios. Otros autores como Jean Bérard y Martin Bernal siguieron una línea de investigación parecida.

Antes de analizar los datos disponibles que sirven de base a esta hipótesis, es necesario conocer con más detalle las leyendas relativas a la estirpe de Dánao.

LA LEYENDA DE IO

En la mitología griega, las figuras de Dánao y Belo descienden de Io, una princesa de Argos que se había trasladado a Egipto, de modo que los autores clásicos nos presentan el legendario viaje de Dánao, desde el norte de África hasta Grecia, como un retorno a la tierra de sus antepasados.

Según la versión más común de esta leyenda, Io fue una sacerdotisa de la diosa Hera cuyo padre era el rey Ínaco de Argos, personificación del río que tiene ese mismo nombre. La muchacha fue seducida por el dios Zeus, quien la transformó en vaca para evitar las sospechas de su esposa Hera, pero ésta no se dejó engañar y envió un tábano para que picase continuamente a Io. La vaca emprendió entonces una larga huida, perseguida por el tábano, hasta llegar a Egipto. Una vez allí, Zeus devolvió a Io la forma humana y ésta engendró un hijo del dios, llamado Épafo, que se casó con Menfis, una mujer egipcia, y reinó desde entonces en el país del Nilo. La estirpe de Io continuaba con Libia, hija de Épafo y Menfis, quien se unió al dios Poseidón y dio a luz a Belo, esposo de Anquínoe y padre de tres hermanos llamados Dánao, Egipto y Cefeo.

El primer elemento de este mito que puede relacionarse con los llamados hicsos, o gobernantes extranjeros de Egipto, es el nombre de Épafo, el hijo de Io. Aunque los autores clásicos lo relacionaron con el término griego “epaphé” que significa “toque” o “caricia”, no deja de sorprender su semejanza con el nombre de Apofis, uno de los soberanos hicsos. La tradición helénica considera al rey Épafo de Egipto el fundador de la ciudad de Menfis, llamada así en honor de su esposa, y Menfis fue una de las ciudades ocupadas por los hicsos, a pesar de que éstos habían establecido su capital en Avaris, una ciudad situada en el Delta del Nilo.

En otro relato que se añadió a la historia de Io, la celosa Hera le arrebata a Épafo, el hijo engendrado por Zeus, de modo que Io tiene que ponerse en marcha de nuevo hasta que lo encuentra en la ciudad fenicia de Biblos, bajo el cuidado de la hija del rey. También se conserva una tradición según la cual los hermanos de Io siguieron el rastro de la muchacha convertida en vaca, después de que abandonase Argos, pero no llegaron a alcanzarla y acabaron estableciéndose en el territorio sirio donde se fundó posteriormente la ciudad de Iopolis, más conocida como Antioquía. Estas narraciones relacionan a Io y Épafo con las regiones asiáticas que se encuentran al este del Mediterráneo, y es allí donde suele situarse el origen de los conquistadores hicsos de Egipto.

Ahora bien, el propio nombre de Io resulta del mayor interés, ya que el gramático Hesiquio de Alejandría, que vivió en el siglo V d C, indica que los habitantes de Argos llamaban Io a la luna, en lugar de utilizar el nombre de Selene como en el resto de Grecia. Lo mismo puede leerse en la Suda, una enciclopedia bizantina del siglo X escrita en griego. De acuerdo con estas fuentes, la figura mítica de Io no habría sido simplemente una sacerdotisa de Hera, sino una divinidad lunar, y se da la circunstancia de que en Egipto se veneraba la luna bajo el nombre de Iah, aunque allí era representada como un dios masculino. Martin Bernal ha observado, además, que en el dialecto copto bohérico el término Ioh, que sin duda deriva del egipcio Iah, significa precisamente “luna”. Se deduce entonces que, por alguna razón, los pobladores helénicos de Argos no utilizaron habitualmente el nombre griego de la diosa Selene, de origen indoeuropeo, para referirse a la luna, sino el de una divinidad egipcia equivalente, y debió de ser la propia tradición griega la que dio una forma humana a esa diosa lunar Io para convertirla en una sacerdotisa de Hera, hija de Ínaco.

Se decía también que Io instituyó en Egipto el culto a Isis. Esta diosa egipcia era normalmente identificada por los griegos con Deméter, diosa de la agricultura y la fertilidad, pero también se la llegó a confundir en la época helenística con Io, puesto que Isis solía ser entonces representada con cuernos de vaca, como Hathor. Quizás los griegos no eran ya conscientes de esa relación entre Io y el dios lunar Iah, que se podría haber originado mucho antes.

EL MITO DE DÁNAO

La leyenda sobre el origen de los dánaos de Grecia, tal como fue transmitida por los autores clásicos, se puede resumir del siguiente modo:

El rey Belo, hijo de Libia y Poseidón (y descendiente de Io), gobernaba en Egipto. Su esposa Anquínoe le había dado dos hijos mellizos, llamados Egipto y Dánao. El primero consiguió acceder al trono del país del Nilo, que recibió entonces su mismo nombre, y después engendró cincuenta hijos varones de diversas madres. Por su parte, Dánao fue enviado a gobernar Libia, y tuvo a su vez cincuenta hijas, nacidas también de madres diferentes, que fueron llamadas las Danaides. Cuando Belo murió, Egipto propuso que los cincuenta príncipes se casaran con las cincuenta princesas, pero Dánao tenía fundadas sospechas de que Egipto planeaba matar a las Danaides, así que decidió huir llevando consigo a todas sus hijas. Navegaron hacia Grecia pasando por la isla de Rodas, donde erigieron un templo a Atenea. Posteriormente, Dánao desembarcó en la región griega de Argólide, al nordeste del Peloponeso, y sus habitantes le otorgaron pacíficamente el gobierno del país, al conocer por un oráculo que Dánao se apoderaría violentamente del trono si trataban de oponer resistencia.

Mientras tanto, los hijos de Egipto habían perseguido a las Danaides hasta Grecia. Entonces Dánao les hizo creer que accedía finalmente a que se casaran con sus hijas, pero mandó a éstas que asesinaran a sus maridos en la misma noche de bodas, clavándoles en el corazón unos agudos alfileres escondidos en sus cabellos, para poder así librarse de la persistente amenaza de Egipto, el padre de los cincuenta príncipes. Solamente su hija Hipermestra se compadeció de su esposo Linceo, y le ayudó a huir después de que perecieran todos sus hermanos. El resto de las Danaides se volvieron a casar con jóvenes de Argos, y los hijos de estas uniones se llamaron “dánaos”, pero Linceo pudo reencontrarse con Hipermestra y, finalmente, mató a Dánao para reinar en su lugar. No logró, sin embargo, vengar completamente a sus hermanos porque los nuevos maridos de las Danaides, así como el resto de sus súbditos, se opusieron a que ellas también fuesen condenadas a muerte. A partir de entonces, los monarcas micénicos pertenecerían al noble linaje de los dánaos, y de este modo, el famoso héroe Perseo, que fue rey de Argos, Tirinto y Micenas, era hijo de Zeus y de una princesa llamada Dánae.

La primera clave para interpretar este relato, que en un principio puede parecer demasiado fantástico para tener alguna base histórica, está en el nombre del primer soberano, padre de los mellizos Egipto y Dánao. Belo es la versión griega de Bel o Baal, el dios al que adoraban la mayoría de los pueblos semíticos de Siria y Canaán. Así pues, cuando se dice que un rey con este nombre (que significa “señor”) gobernaba en Egipto, la leyenda tenía que referirse a los hicsos, invasores de origen asiático que se apoderaron del país del Nilo en la primera mitad del II milenio a. C. Se sabe, además, que los hicsos establecidos en Egipto identificaron a su dios Baal con el egipcio Seth, que por ello pasó a ser considerado un dios del caos en la religión egipcia. Por otro lado, el poeta Virgilio hace referencia en la Eneida a un rey fenicio, también llamado Belo, a quien se presenta como el padre de la legendaria Dido, fundadora de Cartago.

En cuanto al nombre de Dánao, su raíz lingüística “dan” es igualmente semítica y significa “juzgar”. Como ejemplo tenemos entre los asirios el nombre del rey Assur-Dan, que se traduce como “juez de Assur”. En cambio el nombre de Egipto (o Aigyptos) deriva del término Het-Ka-Ptah que significa “templo del espíritu de Ptah”, aplicado por los egipcios a la ciudad de Menfis. En los textos escritos en acadio, esta denominación era Hikuptah, una forma más próxima a la transcripción griega. Aunque los nombres de Dánao y Egipto no eran helénicos, es cierto que fueron utilizados como antropónimos por los griegos de la Edad de Bronce, ya que dos tablillas micénicas citan ocasionalmente a unos individuos llamados Danajo y Aikupitijo, cuyos nombres son sin duda las formas arcaicas de Dánao, o Danaos, y de Egipto o Aigyptos.

Ya se ha indicado que Grecia fue realmente conocida como Danaya o país de los dánaos, unos 200 años después de que los hicsos fueran expulsados de Egipto, pero también se registra en las fuentes egipcias del siglo XIV a C un territorio asiático, situado entre Siria y Cilicia, que se llamaba país de Danuna. Esta región coincide seguramente con la tierra de los danunim, que ciertas inscripciones anatólicas del siglo VIII a C localizaban en torno a Adana, una ciudad del este de Cilicia. De acuerdo con estas inscripciones, los habitantes de Danuna o danunim debían de ser bilingües, ya que los textos están escritos en luvita, una lengua indoeuropea parecida al hitita, y en fenicio. La proximidad de Adana con Siria permite suponer que esta región fronteriza había sido uno de los territorios originarios de los hicsos, en cuya cultura también se han identificado algunos elementos indoeuropeos, además de los semíticos. Esto explica que la leyenda griega recordase a Dánao (cuyo nombre derivaría entonces del topónimo Danuna) como hijo de un mítico rey de Egipto llamado Belo o Baal. De la región anatólica de Danuna también procedían, con toda probabilidad, los llamados denyen, uno de los Pueblos del Mar derrotados por el faraón Ramsés III a principios del siglo XII a C, ya que los relieves egipcios representan a los guerreros denyen con una indumentaria y un armamento de estilo asiático.

Martin Bernal ha observado, por otra parte, que la obra de teatro con la que los antiguos griegos representaban la llegada a Grecia de Dánao y sus hijas, escrita por Esquilo, se titulaba “Las suplicantes”, y se da la curiosa circunstancia de que el término “suplicante” o “refugiado” se decía en griego “hiketis”, y que el templo helénico donde supuestamente se refugiaron las Danaides pertenecía a un dios llamado “Zeus Hikesios” (o protector de los suplicantes) cuyo epíteto resulta muy similar al nombre de los hicsos. Como es sabido, este nombre es una transcripción del término egipcio “hika-khasut”, que significa “gobernantes extranjeros”, por lo que la raíz griega hiket- o hikes- podría derivar del egipcio “hika” cuyo significado es “gobernante”, si la hipótesis de Bernal es acertada. El desplazamiento semántico de “gobernante” a “suplicante” se justificaría por la condición de refugiado que se atribuía a Dánao, perseguido por su hermano Egipto.

Para concluir este análisis de las leyendas griegas, hay que hacer también referencia a Cefeo, el tercer hijo del rey Belo, quien era por tanto hermano de Dánao y Egipto. En este caso tenemos un nombre helénico que coincide, no obstante, con el de un mítico rey de la ciudad cananea de Jaffa, el cual era el padre de Andrómeda, la famosa princesa que se casó con el héroe griego Perseo. En estas tradiciones, el personaje de Cefeo representa al pueblo que los griegos llamaban cefenos, habitantes de la región de Jaffa. Este enclave de la costa asiática del Mediterráneo, de origen muy antiguo, era conocido por los egipcios como Yapu, y seguramente llegó a estar bajo el control de los poderosos hicsos. La esposa del rey Cefeo y madre de Andrómeda se llamaba Casiopea, y en algunas versiones de la leyenda de Io se da igualmente el nombre de Casiopea, en lugar de Menfis, a la mujer del rey Épafo o Apofis de Egipto. El relato en el que Perseo de Argos, hijo de Dánae y descendiente de Dánao, toma como esposa a una princesa asiática de Jaffa parece expresar por tanto esos vínculos entre la patria originaria de los hicsos, situada en oriente, y la región helénica de Argólide. Se sabe, por otra parte, que una de las 12 tribus israelitas cuyo territorio se encontraba muy cerca de Jaffa fue conocida como tribu de Dan, nombre similar al del país de Danuna.

Así pues, la genealogía mítica de Dánao incluye personajes que sin duda se relacionan con un pueblo de origen asiático como el de los hicsos (Épafo, Belo, Cefeo, o el propio Dánao) y otros personajes que conectan claramente esta leyenda con el nordeste de África (Io, Menfis, Libia y Egipto) y por ello han de representar el territorio que fue conquistado por los hicsos.

LA EXPULSIÓN DE LOS HICSOS

El historiador egipcio Manetón describió a los hicsos como unos invasores que provenían del este, los cuales ocuparon la ciudad de Menfis, situada en el Bajo Egipto, y eligieron como rey a uno de ellos, llamado Salitis. Éste fue el primer soberano de la XV dinastía, que estableció su principal sede en Avaris, junto a la desembocadura oriental del Nilo.

La antigua capital de los hicsos ha sido identificada en el yacimiento de Tell el-Daba, excavado por el arqueólogo Manfred Bietak, y los restos allí encontrados nos indican que, a partir de 1800 a C, la ciudad había empezado a acoger una población de inmigrantes llegados desde Canaán que debieron de ser empleados por los egipcios como soldados, marinos, albañiles y artesanos. A esta infiltración pacífica debió de sumarse posteriormente una invasión militar, llevada a cabo por otro grupo de asiáticos que seguramente poseían un armamento superior al de los egipcios, de modo que Avaris experimentó entonces un gran crecimiento. Los hicsos obtuvieron el dominio efectivo del Bajo Egipto en la primera mitad del siglo XVII a C, cuando conquistaron Menfis, si bien otras regiones del valle del Nilo, como la zona de Tebas, siguieron estando gobernadas por faraones egipcios, quienes pagaban regularmente un tributo a los hicsos. Es posible que la primera oleada de inmigrantes asiáticos procediera de los territorios palestinos más cercanos a Egipto, mientras que la segunda oleada, más agresiva, podría haber tenido su origen en Siria y en la región de Cilicia conocida como Danuna. Esto explicaría la idea, recogida en el relato de Manetón, de que los conquistadores hicsos pertenecían a una raza “oscura”, es decir, desconocida por los egipcios hasta entonces.

Los hallazgos arqueológicos revelan que el comercio tuvo un gran desarrollo en el Egipto gobernado por los hicsos y que las mercancías importadas llegaban a Avaris desde Palestina, Siria y la isla de Chipre. Teniendo en cuenta que la región de Cilicia se encuentra junto a Siria y Chipre, es muy probable que sus habitantes también interviniesen en esas relaciones comerciales, de modo que algunos materiales identificados como chipriotas o sirios por los arqueólogos podrían haber llegado igualmente a Avaris desde la región cilicia de Danuna. Algunos investigadores creen que los hicsos controlaron un gran imperio, el cual se habría extendido por las costas del Mediterráneo oriental. Resulta bastante plausible, al menos, que se estableciesen entonces alianzas políticas y comerciales entre las clases dirigentes que gobernaban los diversos territorios de esa amplia zona geográfica, incluyendo tal vez algunos enclaves de la isla de Creta, Rodas o el Peloponeso. Esas relaciones amistosas se podrían afianzar acordando uniones matrimoniales entre las élites gobernantes.

Se estima que el dominio del Bajo Egipto por los hicsos duró poco más de 100 años. El faraón egipcio Ahmosis, que había reinado en Tebas, consiguió tomar la ciudad de Avaris alrededor del año 1560 a C, y después penetró con su ejército en Canaán, para asegurarse de que los enemigos asiáticos no pudieran reconquistar la región del Delta. El yacimiento arqueológico de Tell el-Daba muestra un nivel de destrucción datado en esa época, en el cual se han encontrado huesos de caballos, lo cual demuestra que los hicsos utilizaban carros de guerra, una importante innovación militar que seguramente había tenido su origen en el norte de Siria. También la ciudad de Ascalón, en la costa de Palestina, muestra un nivel de destrucción en esa misma época. Con Ahmosis se inició una nueva dinastía en Egipto, la XVIII, y el llamado Imperio Nuevo. A partir de entonces, los egipcios fueron más precavidos y ejercieron un control militar sobre Palestina, llegando a dominar también una parte de Siria. Los hicsos que lograron sobrevivir a la destrucción de Avaris habrían sido, por tanto, perseguidos por los egipcios en su huida hacia el norte, donde se localizaban las tierras asiáticas de sus antepasados. Quizás algunos de ellos trataron entonces de ponerse a salvo en otras regiones situadas aún más lejos.

EL ORIGEN DE LA CIVILIZACIÓN MICÉNICA

A mediados del III milenio a C, los habitantes de Grecia eran los pelasgos, un pueblo autóctono que posteriormente fue asimilado por las tribus helénicas de los eolios, jonios y aqueos, desplazadas desde los Balcanes. Estos nuevos pobladores de lengua indoeuropea dominaron Grecia durante el periodo conocido como Heládico Medio, pero el verdadero origen de la civilización micénica ha sido datado en el siglo XVI a C, cuando se inició el Heládico Reciente.

La región griega de Argólide experimentó entonces un importante y repentino desarrollo cultural, representado por los hallazgos arqueológicos de las tumbas micénicas pertenecientes al Círculo A, de acuerdo con la denominación aplicada comúnmente por los arqueólogos. Estos enterramientos son del tipo conocido como tumba de fosa o tumba de pozo, que ya había empezado a utilizarse al final del Heládico Medio en el Círculo B de Micenas. No obstante, los ajuares funerarios eran mucho más ricos y ostentosos en las tumbas del Círculo A, que el arqueólogo Heinrich Schliemann dató equivocadamente en la época de la legendaria Guerra de Troya, alrededor de 1200 a C. Debido a este error inicial de Schliemann, una de las máscaras de oro halladas en las tumbas de fosa conserva aún el impropio nombre de “máscara de Agamenón”. Lo cierto es que esas seis tumbas fueron utilizadas entre los años 1610 y 1490 a C, tal como indica Elizabeth French, si bien la mayoría de los 19 enterramientos practicados en ellas son posteriores al año 1560 a C, la fecha en que los hicsos fueron expulsados de Egipto.

El Círculo A de tumbas-fosa nos muestra que, en aquella época, los miembros de la familia real de Micenas poseían muchas riquezas llegadas desde otras tierras, incluyendo una gran cantidad de oro (un metal bastante escaso en Grecia), y que conocían los carros ligeros de guerra, la misma innovación militar que los hicsos habían introducido en Egipto pero no se había utilizado en el Egeo, en cambio, durante el Heládico Medio. Los gustos artísticos de estos gobernantes eran bastante cosmopolitas, lo cual también los asemeja a los soberanos asiáticos que habían residido anteriormente en Avaris, ya que el comercio había traído hasta Micenas objetos procedentes de la isla de Creta y de diversas regiones de Europa y de Asia, así como otros de estilo egipcio. Las armas de bronce y las representaciones de guerreros formaban igualmente una parte importante de los materiales hallados en estas tumbas.

Para Frank Stubbings, los hombres que introdujeron el uso de carros de guerra en Micenas y la Argólide pertenecían a un grupo de refugiados hicsos, huidos de Egipto con sus riquezas, los cuales se mezclaron con la población helénica local dando así origen a la leyenda de Dánao. La Argólide es precisamente una de las regiones más llanas de Grecia, y por eso resultaba bastante apropiada para utilizar los carros de guerra. También el investigador Robert Drews cree que el uso de estos carros fue llevado a Grecia por unos inmigrantes extranjeros, aunque él no los relaciona con los hicsos expulsados de Egipto, sino con un pueblo que se habría desplazado hasta las costas del Egeo desde el norte de Siria. Por su parte, Michael Astour relacionó a esos inmigrantes con el pueblo de Danuna, establecido originariamente entre Cilicia y Siria, que en su opinión hablaba una lengua semítica. Astour explica así algunos términos griegos que parecen ser de origen oriental, como la palabra khrysos (kuruso en micénico) que significa “oro” y debe de proceder del semítico harûs. En su libro sobre los orígenes del pueblo griego, Luis García Iglesias señala que lo ocurrido en la Argólide en el siglo XVI a C es “muy difícil precisarlo y explicarlo”. Este historiador rechaza la posibilidad de una invasión llevada a cabo por un pueblo extranjero pero reconoce que “las innovaciones que apuntan a estímulos foráneos son muchas” y que “entre la sociedad y la cultura del Bronce Medio y lo que nos ofrece este periodo micénico que comienza hay, en muchos aspectos, diferencias abismales”. Por otra parte, el uso de máscaras funerarias de oro en las tumbas del Círculo A es una costumbre que resulta insólita en las culturas del Egeo pero fue practicada, en cambio, por los egipcios.

La explicación del fenómeno producido en la Argólide podría encontrarse entonces en el mito de Dánao. La tradición griega nos indica que Dánao era un héroe de nombre semítico que huía con su familia de la persecución de otro poderoso personaje llamado Egipto y que encontró refugio en la Argólide. De la unión de sus hijas con jóvenes argivos nació el pueblo de los dánaos, y está documentado que Grecia recibió realmente el nombre de Danaya, o país de los dánaos, en el Bronce Reciente. La leyenda helénica nos cuenta, además, que Dánao descendía de Épafo o Apofis, uno de los soberanos hicsos de Egipto, así como de una princesa de Argos.

Podría pensarse, no obstante, que Dánao se había refugiado en Grecia en un momento diferente a la expulsión de los hicsos y que su huida hubiese estado motivada entonces por una disputa dinástica con su hermano, por haber sido ambos aspirantes al trono de Egipto. Sin embargo, hay un texto de la Biblioteca Histórica escrita por Diodoro Sículo (XL, 3, 2) en el que se cita a Hecateo de Abdera, otro autor griego que visitó Siria y Egipto en el siglo IV a C, el cual expresa lo siguiente: “Así pues, los invasores fueron expulsados del país (es decir, de Egipto) y aquéllos que más destacaban y eran más activos se agruparon y, según dicen algunos, arribaron parte a las costas de Grecia, y parte a otras regiones; sus dirigentes eran hombres notables, entre ellos Dánao […]”. Por consiguiente, Hecateo describe claramente a Dánao y a sus seguidores como unos “expulsados” que anteriormente habían sido “invasores” de Egipto, refiriéndose sin ninguna duda a los hicsos. Este autor creía, además, que otros refugiados hicsos se habían asentado en las tierras altas de Canaán, de modo que los israelitas también descenderían de ellos, una idea que fue igualmente expuesta por el historiador judío Flavio Josefo en base a otros textos de Manetón. Esta última interpretación no resulta demasiado extraña, si tenemos en cuenta que entre los inmigrantes asiáticos que ocuparon Avaris hubo una primera oleada llegada desde Palestina, la cual también podría incluir un grupo de nómadas hebreos.

Se pueden llegar a reconstruir los acontecimientos históricos suponiendo que los hicsos habían gobernado un gran territorio que no sólo se extendería por el norte de Egipto, sino también por las tierras de Palestina y Siria hasta alcanzar la región de Cilicia, en el sureste de Anatolia, y que además podría englobar la isla de Chipre. De este modo, los pueblos que vivían en las costas de Anatolia y del Egeo habrían tenido que establecer unos lazos de amistad con los hicsos, para poder mantener sus contactos comerciales en oriente. En Creta se encontró una cartela con el nombre de Khyan, uno de los reyes hicsos, y resulta así posible que se hubiesen producido uniones matrimoniales entre miembros de las castas gobernantes de los hicsos y de otros pueblos del Egeo, incluyendo los griegos micénicos, para favorecer esas relaciones comerciales. Estos métodos fueron bastante habituales en la Edad de Bronce y los propios egipcios los pusieron después en práctica, en la época del Imperio Nuevo.

Siguiendo con esta hipótesis, uno de los poderosos extranjeros que vivían en Avaris durante la primera mitad del siglo XVI a C podría descender de la unión matrimonial entre un hicso y una princesa micénica, y habría aprovechado esa circunstancia para refugiarse en la Argólide junto con sus familiares y seguidores cuando los egipcios reconquistaron el Delta del Nilo. Una vez en Grecia, los refugiados hicsos establecerían nuevos lazos matrimoniales con los miembros de la realeza micénica y les transmitirían sus novedosos conocimientos. Si esos refugiados tenían otros antepasados en la región cilicia de Danuna, entonces es perfectamente factible que se considerasen a sí mismos “dánaos” y que sus descendientes en Grecia fuesen llamados igualmente dánaos, además de aqueos, tal como hizo Homero en la Ilíada. Puesto que los inmigrantes habrían sido poco numerosos, en la Argólide se continuó hablando el griego micénico después de su llegada, y no se adoptó la lengua de los extranjeros salvo en unos pocos términos. Uno de ellos sería el nombre egipcio de la luna, Io, que debió de sustituir al griego Selene, de modo que la tradición mítica pudo haber identificado a la antigua princesa argiva de la cual descendía Dánao con la divinidad lunar que veneraban los refugiados. La civilización micénica sería, por tanto, una continuación de la anterior cultura heládica del Bronce Medio, enriquecida con las innovaciones aportadas por ese pequeño grupo de inmigrantes que fue asimilado por la población local.

Respecto a la mítica persecución de Dánao por su hermano Egipto, este último personaje debe de representar el papel jugado por la dinastía egipcia que gobernaba en Tebas y que consiguió expulsar finalmente a los hicsos. Ya sabemos que los egipcios, dirigidos por el faraón Ahmosis, atacaron también a los soberanos asiáticos en la región vecina de Palestina, pero resulta muy poco probable que llegasen en su persecución hasta la propia Grecia, como se cuenta en la leyenda helénica. Hay que rechazar pues la idea de que un egipcio llamado Linceo (cuyo nombre es griego y no egipcio) se convirtiese en rey de Argólide por su matrimonio con una de las Danaides, y que la dinastía que gobernó posteriormente en Micenas descendiera directamente de aquel príncipe egipcio. Así y todo, los hallazgos arqueológicos indican que los egipcios establecieron relaciones diplomáticas y comerciales con los cretenses en los inicios del Imperio Nuevo, asumiendo así el papel que anteriormente habían desempeñado los hicsos en las redes de intercambio del Mediterráneo oriental. Quizás por ello consideraban a la madre de Ahmosis, llamada Ahhotep, soberana de “las fronteras de Haunebu” o de las islas del Egeo, tal como puede leerse en ciertos textos.

Durante el Heládico Reciente, los comerciantes micénicos navegaron frecuentemente hasta las costas del Levante asiático, patria originaria de los hicsos, y se decía que los hijos del rey Ínaco de Argos buscaron en esas mismas regiones a su hermana Io. La ciudad cilicia de Tarso, situada en la tierra de Danuna, llegó a ser colonizada por griegos micénicos en el siglo XII a C, así como la vecina isla de Chipre, después de que se produjese la gran crisis de los Pueblos del Mar. Tal vez creyesen que tenían derecho a ocupar esas tierras por mantener un antiguo y lejano parentesco con sus habitantes, a pesar de que ellos pertenecían, más propiamente, al pueblo helénico de los aqueos.

Lo que aquí se ha expuesto no deja de ser una hipótesis. Después de todo, se puede seguir pensando que la civilización micénica surgió como una creación independiente, y no por el estímulo de un grupo de inmigrantes de Oriente Próximo. Pero entonces habría que buscar otra explicación a la similitud entre los nombres de Danuna y Danaya, de Épafo y Apofis, así como a la propia leyenda de Dánao. También habría que dar otra respuesta a la cuestión planteada por el nombre egipcio que los argivos daban a la luna.


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