Los textos que se editan en este blog desvelan el fundamento histórico de diversas leyendas y relatos que pueden encontrarse en las fuentes clásicas grecorromanas. Como autor que investiga estas relaciones entre la mitología y la historia, he sido colaborador de la revista HISTORIA-16 entre los años 2001 y 2007 y he publicado, hasta el momento, los siguientes libros:
"La Guerra de Troya: más allá de la leyenda". Ed. Oberón (Grupo Anaya), 2005.
"La Guerre de Troie: au-delà de la légende" (trad. al francés). Ed. Ithaque, 2008.
"Los Hijos de Breogan: historia y leyenda de los pueblos célticos". Ed. Cultivalibros, 2012.

lunes, 4 de noviembre de 2013

LOS VIAJES DE ULISES

El rey Ulises de Ítaca, conocido también como Odiseo, protagonizó un legendario viaje lleno de desventuras cuando trataba de regresar a su hogar después de la Guerra de Troya, las cuales fueron narradas por Homero en la Odisea, el famoso poema cuyo título deriva del propio nombre del héroe.

Ítaca era una de las islas Jónicas, localizadas al oeste de Grecia. En todas estas islas se han encontrado bastantes restos de cerámica y otros objetos que pertenecen a la época micénica, es decir, al último periodo de la Edad de Bronce. También se sabe por la investigación arqueológica que la isla de Cefalenia, muy próxima a Ítaca, incrementó notablemente su población a finales del siglo XIII a C, cuando se produjo un conflicto bélico en el sur de Grecia que provocó la emigración de una parte de sus habitantes hacia otros territorios helénicos. Así pues, no resulta extraño que uno de los principales héroes aqueos de la Guerra de Troya, datada alrededor de 1200 a C, procediese de esa zona del mar Jónico.

Otros descubrimientos apuntan a que las islas Jónicas y la vecina costa del Epiro formaban parte de una ruta marítima comercial que conectaba Grecia con el sur de Italia, y que podría haber enriquecido a los habitantes de Ítaca en aquella época. Se ha encontrado cerámica micénica de principios del siglo XII a C, procedente del Peloponeso y de Cefalenia, en los yacimientos de Punta Melisa y Roca Vecchia, situados en el sureste de Italia. En Surbo, otra localidad de la región italiana de Apulia, se encontró una espada del mismo tipo que se utilizaba entonces en Epiro y en las islas Jónicas.

J. V. Luce indica, en el capítulo 7 de su libro “Homero y la Edad Heroica”, que la zona de Ítaca donde se han hallado más objetos de la época micénica se sitúa al norte de la isla. También relata Luce que entre 1930 y 1932 se realizaron unas excavaciones en la bahía de Polis (situada al noroeste de Ítaca), en una cueva-santuario rupestre donde el héroe Ulises recibió culto durante la época clásica. En esta cueva encontraron una espada y una lanza de bronce, así como los restos de 13 calderos con trípodes de bronce, datados alrededor de 800 a C, cuya existencia tuvo que haber sido conocida por Homero, ya que el poeta los menciona en el canto XIII de la Odisea. Homero debió de creer que la antigüedad de estos objetos de bronce, depositados en la cueva de Ítaca, era mucho mayor, ya que se refirió a ellos como un regalo ofrecido a Ulises por los 13 reyes de los feacios, habitantes de la isla de Esqueria o Corfú. Más recientemente, el arqueólogo T. Papadopoulos ha descubierto, en un enclave montañoso llamado Exoghi (próximo a la citada bahía), los restos de un edificio de la época micénica que bien podría haber sido la residencia de un gobernante.

Las navegaciones de Ulises, narradas en la Odisea, discurren en su mayor parte por las costas de Italia, Sicilia y las islas próximas. Estas regiones del Mediterráneo central habían sido frecuentadas por los aqueos o micénicos, quienes llegaron a establecer factorías comerciales de carácter permanente en el golfo de Tarento y en la costa oriental de Sicilia. También es sabido que los griegos fundaron las primeras colonias en Italia y Sicilia durante el siglo VIII a C, antes de que Homero escribiese la Odisea. No obstante, hay otra parte más fabulosa del relato en la cual Ulises viaja hasta el Océano para visitar los dominios de Hades o la tierra de los muertos, después de haber pasado un tiempo en la isla de Circe. Una vez que llega allí, Ulises habla con las almas de los difuntos, especialmente con la del adivino Tiresias porque necesitaba su consejo.

Si dividimos las navegaciones de Ulises en dos etapas, una anterior a su fantástica visita a la morada de los muertos, y otra etapa posterior, se puede comprobar que su viaje se desarrolló de una forma coherente, desde el punto de vista geográfico, y que todos los lugares en los que se detuvo son perfectamente identificables. Desde su partida de la ciudad asiática de Troya, que estaba situada al nordeste del mar Egeo, junto al estrecho de los Dardanelos, las escalas de la primera etapa del viaje son las siguientes:

1) La ciudad de Ismaro, habitada por la tribu de los cicones, que se encontraba en la costa de Tracia, al norte del Egeo.

2) La isla de Citera, situada en Grecia, al sur del Peloponeso.

3) El país de los lotófagos, pertenecientes a la tribu libia de los gindanes, que se encontraba en la costa norteafricana de Túnez, al este del golfo de Gabes.

4) La isla de los cíclopes, que se identifica con la isla de Vulcano, situada al norte de Sicilia.

5) La isla de Eolo, el guardián de los vientos, que es la isla Lípari, vecina de la isla de Vulcano. Esta isla de Lípari fue visitada por los navegantes micénicos desde el siglo XVI a C.

6) El país de los lestrigones que se hallaba en Formia, en la costa italiana que se extiende entre las regiones de Campania y el Lacio.

7) La isla de Circe, que es el promontorio o monte Circeo, en el litoral del Lacio.

Tras navegar hasta el lejano occidente para visitar los sombríos dominios de Hades, Ulises regresó a la isla o promontorio de Circe, y se dirigió entonces hacia el sur por la costa del mar Tirreno, para poder llegar finalmente a su hogar en Ítaca. Éstos son los lugares que recorrió en la segunda etapa del periplo:

1) Las islas de las Sirenas, que son las pequeñas islas Sirenusas, próximas al golfo de Nápoles y a la ciudad de Sorrento (llamada Syrrenton por los griegos, un nombre que también se asemeja al de las míticas Sirenas). Las tres islas Sirenusas son actualmente conocidas como Li Galli, y la mayor de ellas es Gallo Longo, que no mide más de 500 metros.

2) El estrecho donde acechaban los monstruos Escila y Caribdis es el estrecho de Mesina, que separa Italia de Sicilia. Estos dos seres monstruosos deben de estar relacionados con las peligrosas rocas y corrientes que encontraban los navegantes en el citado estrecho, las cuales podían hacerles naufragar. También se ha dicho que los seis largos cuellos de Escila podrían representar unos regueros de candente lava producidos por el volcán Etna, el cual se sitúa cerca del estrecho, y que Caribdis era un peligroso remolino que se formaba en el mar.

3) La isla de Helios es Sicilia, también llamada Trinacria por su forma triangular.

4) La isla Ogigia, donde vivía la ninfa Calipso, es la isla de Gozo, muy próxima a Malta (de acuerdo con el testimonio de Calímaco, un autor griego citado por el geógrafo Estrabón). Los nombres de Malta y Gozo derivan de Melite y Gaudos, antiguas denominaciones usadas por los griegos.

5) La isla de Esqueria o Skheria, habitada por los feacios, era la isla de Córcira (la actual Corfú), tal como indica Estrabón en su Geografía. Desde esta isla, que se sitúa al noroeste de Grecia, Ulises pudo regresar finalmente a Ítaca.

En conclusión, el famoso viaje de Ulises discurre del siguiente modo: Desde el mar Egeo las tormentas lo arrastran hasta la costa septentrional de África. Se dirige después a las islas que se encuentran al norte de Sicilia; continúa su viaje por el mar Tirreno hasta el promontorio Circeo, situado al sur del Lacio, y después de visitar la tierra de los muertos en el lejano occidente, vuelve al promontorio Circeo y pone proa hacia el sur llegando a la costa de Sicilia y a la isla de Gozo, junto a Malta. Allí es retenido durante años por la ninfa Calipso, pero finalmente consigue partir de nuevo y navega en línea recta hasta el mar Jónico; llega entonces a la isla de Corfú y, ayudado por los feacios, se desplaza hasta su patria en Ítaca.

No se puede dar término a este artículo sin incluir un análisis relativo a tres legendarios pueblos mencionados en la Odisea: los cíclopes, los lestrigones y los cimerios.

LOS CÍCLOPES

La mitología griega relacionaba a los cíclopes con Hefesto, dios del fuego, la metalurgia y la industria. Ya hemos visto que la identificación más plausible de la tierra de los cíclopes es la isla de Vulcano, nombre romano del dios Hefesto. Se ha supuesto que estos gigantes de un solo ojo representan en realidad a los antiguos metalúrgicos, que se taparían el otro ojo con un parche para poder protegerlo de las chispas que saltaban del yunque.

De acuerdo con la tradición helénica, las murallas “ciclópeas” de las ciudades griegas de Micenas y Tirinto fueron construidas por cíclopes procedentes de Tracia, Licia y Creta. Lo más probable es que esta leyenda se basase en el hecho de que los micénicos habían utilizado trabajadores extranjeros para la construcción de estas murallas. Tiene un especial interés la referencia a los tracios, ya que los antiguos pobladores de los Balcanes (tracios, macedonios e ilirios) habían destacado como metalúrgicos a finales de la Edad de Bronce. Ellos desarrollaron nuevos tipos de armas, más perfeccionadas, como la espada de empuñadura con rebordes, del tipo que los arqueólogos denominan Naue II. La fabricación de esta espada de bronce fue difundida desde el Danubio y los Balcanes hasta Grecia y Anatolia por un pueblo conocido como los brigios, los cuales fueron los antecesores balcánicos de los frigios, establecidos en Asia Menor.

No obstante, la tradición griega también sitúa brigios en Iliria, junto al mar Adriático, donde hubo una ciudad llamada Brygias y unas islas Brygeides. Puesto que la espada Naue II y otros objetos de bronce de origen balcánico fueron igualmente introducidos en Italia durante el siglo XIII a C, todo apunta a que los míticos cíclopes de la isla de Vulcano fuesen un pueblo procedente de Iliria. Hubo ciertamente tribus ilirias que cruzaron el canal de Otranto y se asentaron en el sur de Italia, entre los que destacan los mesapios, de quienes descienden los calabrios de la época clásica. Los hallazgos de algunas espadas Naue II de los siglos XII y XIII a C en Calabria, región situada en el suroeste de Italia, y en las cercanas islas Eolias (entre las que se encuentran la isla de Vulcano y la isla de Lípari) permiten suponer que un grupo de ilirios llegó también hasta esas pequeñas islas.

Hay otros relatos de la tradición mítica que apoyan esta idea. Se decía que el cíclope Polifemo, con el que se enfrentó Ulises, se unió a la ninfa Galatea y tuvo con ella un hijo llamado Ilirio. En otra narración, escrita por Eugamón de Cirene, se cuenta que Ulises dirigió en cierta ocasión un ejército helénico contra los brigios de Iliria, que bien podrían ser esos mismos cíclopes de los Balcanes occidentales.

Así pues, los cíclopes de la Odisea debían de ser un pueblo de origen ilirio, identificable con los brigios llamados mesapios, quienes habían desarrollado una avanzada metalurgia del bronce durante la época micénica.

LOS LESTRIGONES

Como ya sabemos, la tierra de los lestrigones se situaba en la costa italiana del Tirreno, entre el Lacio y Campania. El romano Plinio dijo que la ciudad de Formia o Formiae, que los griegos habían llamado Hormiai, fue la antigua sede de los lestrigones, a los que Homero describió como unos gigantes antropófagos.

Ahora bien, Homero también describe la ciudad de los lestrigones como un fabuloso lugar en donde “la noche y el día están muy próximos”, de modo que “un hombre que no durmiese podría ganar dos jornales”. El nombre que da a esta ciudad es Telepilo, que se traduce como “puerta distante”, o bien “puerta a la lejanía”. En el citado pasaje, Homero parece referirse más bien a la Europa septentrional, ya que en países como Dinamarca las noches son tan cortas durante el verano que apenas duran seis horas.

Las sorprendentes descripciones de Homero han de ser una alusión a la ruta del ámbar, que fue muy importante durante la Edad de Bronce. Los antiguos pobladores del norte de Europa, quizás los verdaderos lestrigones, ofrecían el preciado ámbar a cambio de los metales, cobre y estaño, que ellos no poseían. Una cadena de intercambios comerciales a través de Europa llevaba el ámbar hasta el golfo Adriático, donde pasaba a otras redes de distribución a través de Italia. Es posible entonces que los colonos griegos que se establecieron en Cumas, un enclave de Campania, navegasen hasta la costa de Formia, que está un poco más al norte, para obtener ámbar de sus habitantes. De este modo, la leyenda sobre los salvajes hombres nórdicos y sus largos días de verano se habría difundido por las mismas vías por las que se distribuía el ámbar.

Por otra parte, los que poblaron la costa de Formia a finales de la Edad de Bronce pertenecían a una tribu itálica, los llamados ausonios o auruncos. Al igual que otros pueblos itálicos de origen indoeuropeo, los ausonios debían de tener su origen étnico en otras regiones situadas al norte de Italia, que es justamente la zona adonde llegaba el ámbar desde Europa septentrional. Resulta interesante que uno de los nombres que daban los griegos al ámbar era liguros, relacionado claramente con los ligures del norte de Italia. En la tradición clásica se consideraba, además, que los legendarios progenitores de los ausonios y los latinos, llamados respectivamente Ausón y Latino, eran hermanos, y que su madre era una princesa “hiperbórea”, es decir, una mujer de origen nórdico. El poeta Licofrón de Calcis llegó a denominar a los latinos boreigonoi, término griego que también significa “procedentes del norte”.

En conclusión, el nombre de lestrigones debía de ser aplicado originalmente a los habitantes de los países nórdicos, quienes ofrecían su ámbar a los mercaderes centroeuropeos que los visitaban en los meses de verano. A esos lestrigones del norte los griegos sólo los conocerían de oídas. Por otra parte, los pueblos de Europa central y septentrional estaban emparentados étnicamente con las tribus indoeuropeas que se expandieron por Italia a finales de la Edad de Bronce, y que también comerciaban con el ámbar. Por ello los ausonios establecidos en Formia llegaron a ser confundidos por Homero con los lestrigones nórdicos.

LOS CIMERIOS

En la Odisea se sitúa a los cimerios en las proximidades de la tierra de los muertos y en los confines del Océano, en un país cubierto de espesas nieblas al que apenas llegaba la luz del sol. Esta alusión a los cimerios resulta inexplicable para la mayoría de los estudiosos, ya que las fuentes griegas localizan normalmente el territorio de los cimerios (o kimmerioi) en la costa septentrional del mar Negro, y no en occidente.

Antes de responder a esta intrigante cuestión, hay que señalar que el lugar donde los griegos situaban los dominios de Hades fue variando a lo largo del tiempo. En principio, los griegos creían que la tierra de los muertos era un paraje subterráneo y sombrío cuya entrada se encontraba al oeste, por donde se pone el sol. En tiempos muy antiguos, cuando todavía no habían viajado hacia occidente, los griegos debían de situar esa entrada al otro mundo en el noroeste de Grecia, en la región del Epiro de la que ya se ha hablado. Por ello uno de los ríos del Epiro se denominaba Aqueronte, como el que supuestamente existía en las infernales tierras del dios Hades. En el segundo milenio a C, los pueblos del Egeo ya visitaban con cierta frecuencia las costas del Mediterráneo central, y la entrada a la tierra de los muertos pudo haberse trasladado a la zona del lago Averno, llamado por los griegos Aorno, en el oeste de Italia. Fue allí donde el troyano Eneas accedió al otro mundo, de acuerdo con lo narrado por el poeta Virgilio en la Eneida.

Puesto que el lago Averno no se encuentra demasiado lejos del promontorio Circeo, lo lógico hubiera sido que Ulises también entrase en las mansiones de Hades desde esa zona, pero lo cierto es que Homero ya sabía, en la época en que escribió la Odisea, que al oeste de los países mediterráneos se extendía el Océano, por el cual ya navegaban los audaces fenicios, y prefirió localizar el mundo de los muertos en sus lejanas costas. Quizás en una versión anterior del relato sobre los viajes de Ulises, este héroe visitaba a los espíritus de los difuntos en la región del lago Averno, pero no lo podemos saber con seguridad.

No obstante, hubo algunos autores latinos de los siglos I y II d C (como Plinio el Viejo, Silio Itálico y Pompeyo Festo) que llegaron a suponer que la antigua sede de los cimerios occidentales, mencionados por Homero, había estado realmente situada en las proximidades del lago Averno y de la ciudad de Cumas.

Ahora bien, la investigación arqueológica ha permitido comprobar que los cimerios, jinetes nómadas de las estepas de Ucrania, extendieron su territorio por el valle del Danubio a principios de la Edad de Hierro, llegando hasta la actual frontera entre Hungría y Austria, y por ello influyeron de forma muy notable en la cultura céltica de Hallstatt. De hecho, los hallazgos de objetos de bronce relacionados con los cimerios es casi tan abundante en Hungría como en sus territorios originarios del mar Negro, e incluso hay algunos hallazgos que proceden de una región situada aún más al oeste, en la zona donde nacen el Rhin y el Danubio. Por otra parte, la forma de enterramiento en túmulo que desde tiempos muy antiguos practicaban los cimerios y los escitas en las estepas orientales, conocida con el término ruso kurgan, había sido difundida por Europa mucho antes, y por ello había sido llevada hasta las islas Británicas por sus primeros pobladores indoeuropeos alrededor de 2000 a C.

En relación con esto, la tradición oral que se conservó en Gales hasta la Edad Media indicaba que los primeros pobladores de Gran Bretaña fueron los llamados cymry o cimrios, nombre casi idéntico al de los cimerios cuya etimología indoeuropea debe de ser “unidos” o “agrupados” (o bien “camaradas”, como lo han traducido otros). De acuerdo con esta misma tradición, los cimrios llegaron a Gran Bretaña antes que los celtas britanos, y tenían su origen en una mítica “Tierra del Verano” que se situaba en el este. Curiosamente, en las leyendas irlandesas también se hablaba de antiguos pueblos invasores, como los Hijos de Nemed y los Fir Bolg, los cuales descendían de los escitas, vecinos y parientes étnicos de los cimerios; y así como el nombre de los cimrios galeses es similar al de los cimerios, el de los escotos que poblaron Irlanda y Escocia es semejante al de los escitas o skythes.

Resulta difícil saber cómo el poeta Homero, que escribió en una época en que los griegos todavía no habían explorado el litoral atlántico de Europa, pudo haber conocido la existencia de unos cimrios o cimerios asentados en esas costas desde la Edad de Bronce. Quizás los griegos del siglo VIII a C habían recibido esta información de los propios cimerios del mar Negro, con quienes sin duda mantuvieron contactos, si es que este pueblo de costumbres nómadas había registrado, en su propia tradición oral, esas antiguas migraciones hacia el lejano occidente.

También se debe tener en cuenta que, debido a la conexión establecida en las fronteras de Austria entre los jinetes cimerios y los primeros celtas de la cultura de Hallstatt, los griegos llegaron a confundir a los celtas de la Galia con los cimerios. Por ello un autor como Diodoro Sículo escribió en el siglo I a C el siguiente texto: “Algunos sostienen que los llamados cimerios, que antiguamente hacían incursiones en Asia, eran galos”. No resulta imposible, por tanto, que la primera vez que los navegantes griegos vieran a los celtas en la costa mediterránea de la Galia, tal vez en la misma época de Homero, se les pareciesen un poco a los cimerios, ya que los primeros celtas debieron de aprender a montar y combatir a caballo después de haber mantenido contactos con los cimerios, y también se sabe que imitaron otras costumbres de origen cimerio.

Se puede decir, en definitiva, que la idea de unos cimerios asentados en Europa occidental tiene una base histórica y que, de un modo u otro, Homero tuvo un conocimiento erudito de este hecho y lo reflejó en su obra.

Hay que referirse, por último, a una teoría que fue defendida por algunos autores griegos de época tardía, encabezados por Crates de Malos, quien fue director de la Biblioteca de Pérgamo en el siglo II a C. Según esta teoría, denominada exokeanismos, Ulises no solamente habría viajado hasta el Océano para visitar la tierra de los muertos, sino que la mayor parte de su viaje se habría producido por las costas del Océano Atlántico. De este modo, las islas de Esqueria y Ogigia también estarían situadas más allá del Mediterráneo. En realidad esta teoría es insostenible ya que, de acuerdo con el relato de Homero, a Ulises ya no le resultó difícil trasladarse desde la isla Esqueria hasta la isla Ítaca en la última etapa de su viaje, lo cual demuestra que ambas islas se encontraban en el mar Jónico.


Nota: El copyright del artículo “Los viajes de Ulises” pertenece a Carlos J. Moreu. El permiso para volver a publicar esta obra en forma impresa o en Internet ha de estar garantizado por el autor.

lunes, 7 de octubre de 2013

LAS TRIBUS HELÉNICAS

Los griegos o helenos eran un pueblo de origen indoeuropeo que estaba dividido en cuatro grandes tribus o estirpes: los eolios, los jonios, los aqueos y los dorios. De acuerdo con la tradición mítica, un patriarca llamado Heleno tuvo tres hijos llamados Eolo, Juto y Doro; y Juto fue a su vez padre de Ión y Aqueo. Estos cuatro descendientes de Heleno (Eolo, Doro, Ión y Aqueo) habrían sido los progenitores de las cuatro tribus helénicas. Los atenienses, por ejemplo, eran de estirpe jonia, mientras que los espartanos eran de origen dorio. Existe otra versión del mito según la cual Heleno sólo tuvo dos hijos, que fueron Eolo y Juto, y Juto engendró a Aqueo y Doro con su esposa Creúsa. De acuerdo con esta segunda versión, Ión habría nacido de la unión del dios Apolo con Creúsa, y por ello sería el hermanastro de Aqueo y Doro.

Ahora bien, Heleno era hijo o nieto de Prometeo, héroe mitológico que fue considerado por los griegos el primer hombre y que tenía su morada en el Cáucaso. El poeta Hesíodo indicaba, además, que Prometeo era hijo del titán llamado Japeto, y es interesante comprobar que el nombre de Japeto se asemeja mucho al de Jafet, el cual procede de la tradición bíblica hebrea y corresponde a un hijo de Noé que habría sido el patriarca de todos los pueblos europeos, incluidos los griegos. Uno de los hijos de Jafet era Javán (o Iavan), quien es el mismo personaje que Ión, progenitor de los griegos jonios en la mitología helénica, si bien los hebreos llamaban a todos los griegos “hijos de Javán”, aunque fuesen miembros de otra tribu.

No obstante, las leyendas helénicas también recuerdan otros pueblos asentados en Grecia cuyo origen era más antiguo que el de las cuatro tribus indoeuropeas citadas. Estos pueblos eran los pelasgos y los léleges, descendientes de los patriarcas llamados Pelasgo y Lélege, los cuales habían nacido de la tierra en la propia Grecia (el primero de ellos en la región de Arcadia, y el segundo en Laconia). Los léleges estaban muy emparentados étnicamente con los llamados carios, pobladores de las islas Cíclades, y también se les puede relacionar con los cretenses, aunque éstos descendían supuestamente de Cres, otro héroe mítico que igualmente había nacido de la tierra.

Por las inscripciones de lengua pelasga halladas en la isla egea de Lemnos, y las tablillas escritas en lengua cretense durante la Edad de Bronce, se sabe que estos antiguos pueblos del Egeo no hablaban lenguas indoeuropeas, y esto los diferencia claramente de las tribus helénicas. Se puede atribuir a los pelasgos del norte de Grecia el desarrollo de la cultura de Dímini, que data de 3000 a C, y a los carios o léleges el desarrollo de la cultura cicládica, que floreció durante el III milenio a C.

Los datos arqueológicos nos muestran que los helenos emigraron a Grecia desde los Balcanes, situados más al norte, entre finales del III milenio a C y principios del II milenio a C. En esa época fueron destruidas las ciudades de Lerna, en Argólide, y Eutresis en Beocia, lo que permite suponer que su migración no fue pacífica. Los recién llegados introdujeron en Grecia nuevas formas de enterramiento como las tumbas de cista y los túmulos, la llamada cerámica minia y las casas en forma de ábside, elementos culturales que procedían de los Balcanes. La población indoeuropea, que tenía su origen en la zona del sur de Rusia, junto al Cáucaso, se había extendido por el valle del Danubio y los Balcanes durante el III milenio a C y no comenzó su penetración en Grecia hasta el 2300 o el 2200 a C. Lo más probable es que se produjeran varias oleadas de inmigrantes indoeuropeos, a lo largo de 500 años, las cuales dieron origen a las cuatro grandes tribus helénicas. Éstas obtuvieron finalmente el dominio de Grecia, que antes había pertenecido a las tribus prehelénicas de los pelasgos y los léleges, alrededor de 1800 a C. La tierra de los atenienses, por ejemplo, había estado poblada por los pelasgos hasta el momento en que llegaron los jonios y se mezclaron con sus antiguos habitantes, imponiéndoles una lengua griega. En Mesenia, otra región de Grecia situada en el suroeste del Peloponeso, los pobladores prehelénicos eran léleges, pero este territorio fue después ocupado por una mezcla de eolios y aqueos, y a finales de la Edad de Bronce fue nuevamente invadido por los dorios, de acuerdo con los relatos de la tradición griega.

El nombre de los helenos se puede traducir como “brillantes” o “ilustres”, ya que contiene la raíz hel- que también podemos encontrar en la palabra Helios, denominación griega del sol. Esta raíz lingüística, de origen indoeuropeo, admite asimismo la forma sel- que aparece en el nombre de Selene, aplicado por los griegos a la luna, o en el mismo término latino “sol”. Las denominaciones de griegos y Grecia fueron utilizadas principalmente por los romanos en base al nombre de una pequeña tribu helénica, los graii o graikoi (graeci en latín), que vivía en una zona del Epiro próxima a Italia. Según Hesíodo, el progenitor de esta tribu era hijo de Zeus y Pandora, la hermana de Heleno. Así y todo, los griegos de la época clásica se llamaban helenos a sí mismos y a su país lo denominaron Hellas o Hélade.

En cuanto a los eolios o aioles, que constituyen la primera de las tribus helénicas, su nombre puede estar relacionado con el de Ea o Aia, un lugar situado en la región de Cólquide, muy próxima al Cáucaso. De este modo los eolios serían el pueblo de Ea, la tierra ancestral de las tribus indoeuropeas que ocuparon Grecia en la Edad de Bronce. De hecho, el término griego aia significa “tierra”. Entre los pueblos eolios de Grecia podemos citar a los tesalios, a los beocios y a los minias de la ciudad de Orcómeno. Debido a la actividad comercial que desarrollaron los eolios y otros pueblos helénicos en el Mediterráneo central, entre los siglos XVI y XII a C, las pequeñas islas situadas al norte de Sicilia fueron denominadas Eolias. Entre ellas se encontraba la isla de Eolo, el patriarca mítico de los eolios que llegó a ser venerado como un dios de los vientos por los navegantes griegos.

Por su parte, los jonios o iaones creían descender de Ión, nieto de Heleno, cuyo nombre es el participio presente del verbo einai, que significa “ir”, “caminar” o “viajar”. Así pues, los jonios serían los “viajeros” o los “errantes”, una denominación que resulta bastante apropiada para los antepasados nómadas de esta tribu indoeuropea. Como es sabido, los científicos aplican a ciertas partículas en movimiento la denominación de “iones”, cuya etimología es la misma que la del nombre griego de los jonios. Los jonios ocuparon principalmente las regiones de Ática y Eubea, y dieron su nombre al mar Jónico. En el siglo IX a C un grupo de colonos eubeos establecieron una factoría comercial en la costa de Siria, y ésta es seguramente la causa de que los hebreos se refiriesen generalmente a los griegos como “hijos de Javán” o jonios. En las tablillas escritas en Grecia durante la Edad de Bronce se documenta el nombre Iawone, que debe de ser la forma micénica del término “jonio”.

Respecto a los aqueos, éstos tenían que estar muy emparentados étnicamente con los jonios, ya que su legendario progenitor, llamado Aqueo, era hijo de Juto y nieto de Heleno, como también lo era su hermano Ión. Los aqueos se extendieron por el sur de Tesalia, Grecia central y la península del Peloponeso, y por ello dieron su nombre a la región de Acaya que se encuentra en el norte de esta península y a otra región de Acaya localizada en Tesalia. Las ciudades de Micenas, Tirinto y Tebas, que fueron los centros más importantes de Grecia durante la Edad de Bronce, pertenecieron a los aqueos, de modo que el nombre de esta antigua tribu helénica se puede encontrar en algunos textos escritos por los hititas y los egipcios durante aquella misma época. La forma hitita de los términos griegos Akhaia y akhaioi (Acaya y aqueos) es ahhiyawa, y la forma que aparece en ciertas inscripciones egipcias es ekwesh. En las tablillas micénicas desenterradas en Grecia se han encontrado los nombres Akawo (semejante a Akhaios o Aqueo) y Akawija (similar a Akhaia o Acaya). También se documentan otros nombres de persona como Akerawo y Ekerawo, formas arcaicas de los antropónimos griegos Aquelaos y Equelaos, que en ambos casos pueden significar “dirigente del pueblo”. Esto nos permite relacionar el nombre de los aqueos con el término griego ekho, que se traduce como “dirigir” o “conducir” en una de sus acepciones, ya que procede de la raíz indoeuropea ag-, la cual tiene el mismo significado. Los poderosos aqueos de la Edad de Bronce, que el poeta Homero evocó tantas veces en los versos de la Ilíada, serían por tanto los “dirigentes” o “líderes” de los griegos. El asentamiento de los aqueos en el Peloponeso como una élite guerrera que impuso su dominio sobre los antiguos habitantes, pertenecientes a las tribus prehelénicas de los pelasgos y los léleges, explicaría muy bien la etimología de su nombre. Respecto al parentesco étnico de los aqueos con otros pueblos indoeuropeos, algunas fuentes griegas del siglo III a C señalan que unos escitas establecidos al norte del mar Negro, más allá del río Don, también eran llamados aqueos.

Por último hay que referirse a los dorios, cuyo nombre está claramente relacionado con el término griego dory que significa “asta de lanza” o “pértiga”, de modo que los dorios serían los “lanceros”. Esta tribu helénica ocupó durante la Edad de Bronce algunos territorios del norte de Grecia, en la región tesalia de Hesteiotis, en los montes Pindo y en otras tierras situadas junto al golfo Malíaco, pero no alcanzaron entonces un nivel de civilización tan alto como el de los jonios y aqueos que vivían más al sur, en las regiones de Ática y el Peloponeso. No obstante, la tradición griega indica que los dorios se desplazaron posteriormente a Grecia central, dando su nombre a la región de Dóride, y desde allí invadieron el Peloponeso, dos generaciones después de que se produjese la legendaria Guerra de Troya. Conquistaron entonces las regiones de Argólide, Laconia y Mesenia, donde ciertamente se habló el dialecto griego de los dorios en épocas más recientes. La arqueología ha confirmado que unos 50 o 60 años después de que la ciudad de Troya, situada en el noroeste de Anatolia, fuese incendiada, Micenas fue asimismo destruida, un hecho que se produjo hacia el año 1140 a C. De acuerdo con los relatos de la tradición helénica, Micenas estaba entonces gobernada por Tisámeno, hijo de Orestes y nieto de Agamenón, el famoso rey que había dirigido a los aqueos contra Troya. El hijo de Tisámeno, llamado Cometes, tuvo que exiliarse en Asia Menor tras la invasión de los dorios, y otros dos bisnietos de Agamenón se establecieron a su vez en Lesbos, una isla del Egeo que realmente fue colonizada por los griegos a finales de la Edad de Bronce, de acuerdo con las tumbas de estilo helénico y con los restos de cerámica micénica del siglo XII a C que se han encontrado en Apotheka, un yacimiento arqueológico de Lesbos.

Con este análisis de las cuatro grandes tribus helénicas, se ha podido poner nuevamente en evidencia que la tradición mítica griega contiene un importante trasfondo histórico.


Nota: El copyright del artículo “Las tribus helénicas” pertenece a Carlos J. Moreu. El permiso para volver a publicar esta obra en forma impresa o en Internet ha de estar garantizado por el autor.

martes, 24 de septiembre de 2013

LOS HICSOS Y LA LEYENDA DE DÁNAO

Algunos mitos de la tradición griega relacionan de forma bastante directa la región de Argos, situada al nordeste del Peloponeso, con el país del Nilo. El relato más interesante se refiere a Dánao, hijo de Belo, quien encontró refugio en Argos cuando era perseguido por su hermano, llamado Egipto. Los griegos de la Edad de Bronce, que desarrollaron la civilización micénica entre los siglos XVI y XII a C, eran llamados aqueos y dánaos por el poeta Homero, y esta última denominación se ha conservado igualmente en las fuentes egipcias de aquella época. Una inscripción del templo funerario de Amenhotep III, en Kom el-Hettan, menciona la ciudad de Mukana (o Micenas) y otros enclaves helénicos perfectamente reconocibles como partes integrantes del país de Danaya, que se identifica por tanto con Grecia.

Frank H. Stubbings, uno de los especialistas que escribieron la obra titulada “Cambridge Ancient History”, interpretó la leyenda de Dánao como el recuerdo de un posible hecho histórico: el asentamiento en la región griega de la Argólide de un grupo de refugiados hicsos, perteneciente a los gobernantes de origen asiático que dominaron Egipto durante unos 100 años y que fueron finalmente expulsados por los egipcios. Otros autores como Jean Bérard y Martin Bernal siguieron una línea de investigación parecida.

Antes de analizar los datos disponibles que sirven de base a esta hipótesis, es necesario conocer con más detalle las leyendas relativas a la estirpe de Dánao.

LA LEYENDA DE IO

En la mitología griega, las figuras de Dánao y Belo descienden de Io, una princesa de Argos que se había trasladado a Egipto, de modo que los autores clásicos nos presentan el legendario viaje de Dánao, desde el norte de África hasta Grecia, como un retorno a la tierra de sus antepasados.

Según la versión más común de esta leyenda, Io fue una sacerdotisa de la diosa Hera cuyo padre era el rey Ínaco de Argos, personificación del río que tiene ese mismo nombre. La muchacha fue seducida por el dios Zeus, quien la transformó en vaca para evitar las sospechas de su esposa Hera, pero ésta no se dejó engañar y envió un tábano para que picase continuamente a Io. La vaca emprendió entonces una larga huida, perseguida por el tábano, hasta llegar a Egipto. Una vez allí, Zeus devolvió a Io la forma humana y ésta engendró un hijo del dios, llamado Épafo, que se casó con Menfis, una mujer egipcia, y reinó desde entonces en el país del Nilo. La estirpe de Io continuaba con Libia, hija de Épafo y Menfis, quien se unió al dios Poseidón y dio a luz a Belo, esposo de Anquínoe y padre de tres hermanos llamados Dánao, Egipto y Cefeo.

El primer elemento de este mito que puede relacionarse con los llamados hicsos, o gobernantes extranjeros de Egipto, es el nombre de Épafo, el hijo de Io. Aunque los autores clásicos lo relacionaron con el término griego “epaphé” que significa “toque” o “caricia”, no deja de sorprender su semejanza con el nombre de Apofis, uno de los soberanos hicsos. La tradición helénica considera al rey Épafo de Egipto el fundador de la ciudad de Menfis, llamada así en honor de su esposa, y Menfis fue una de las ciudades ocupadas por los hicsos, a pesar de que éstos habían establecido su capital en Avaris, una ciudad situada en el Delta del Nilo.

En otro relato que se añadió a la historia de Io, la celosa Hera le arrebata a Épafo, el hijo engendrado por Zeus, de modo que Io tiene que ponerse en marcha de nuevo hasta que lo encuentra en la ciudad fenicia de Biblos, bajo el cuidado de la hija del rey. También se conserva una tradición según la cual los hermanos de Io siguieron el rastro de la muchacha convertida en vaca, después de que abandonase Argos, pero no llegaron a alcanzarla y acabaron estableciéndose en el territorio sirio donde se fundó posteriormente la ciudad de Iopolis, más conocida como Antioquía. Estas narraciones relacionan a Io y Épafo con las regiones asiáticas que se encuentran al este del Mediterráneo, y es allí donde suele situarse el origen de los conquistadores hicsos de Egipto.

Ahora bien, el propio nombre de Io resulta del mayor interés, ya que el gramático Hesiquio de Alejandría, que vivió en el siglo V d C, indica que los habitantes de Argos llamaban Io a la luna, en lugar de utilizar el nombre de Selene como en el resto de Grecia. Lo mismo puede leerse en la Suda, una enciclopedia bizantina del siglo X escrita en griego. De acuerdo con estas fuentes, la figura mítica de Io no habría sido simplemente una sacerdotisa de Hera, sino una divinidad lunar, y se da la circunstancia de que en Egipto se veneraba la luna bajo el nombre de Iah, aunque allí era representada como un dios masculino. Martin Bernal ha observado, además, que en el dialecto copto bohérico el término Ioh, que sin duda deriva del egipcio Iah, significa precisamente “luna”. Se deduce entonces que, por alguna razón, los pobladores helénicos de Argos no utilizaron habitualmente el nombre griego de la diosa Selene, de origen indoeuropeo, para referirse a la luna, sino el de una divinidad egipcia equivalente, y debió de ser la propia tradición griega la que dio una forma humana a esa diosa lunar Io para convertirla en una sacerdotisa de Hera, hija de Ínaco.

Se decía también que Io instituyó en Egipto el culto a Isis. Esta diosa egipcia era normalmente identificada por los griegos con Deméter, diosa de la agricultura y la fertilidad, pero también se la llegó a confundir en la época helenística con Io, puesto que Isis solía ser entonces representada con cuernos de vaca, como Hathor. Quizás los griegos no eran ya conscientes de esa relación entre Io y el dios lunar Iah, que se podría haber originado mucho antes.

EL MITO DE DÁNAO

La leyenda sobre el origen de los dánaos de Grecia, tal como fue transmitida por los autores clásicos, se puede resumir del siguiente modo:

El rey Belo, hijo de Libia y Poseidón (y descendiente de Io), gobernaba en Egipto. Su esposa Anquínoe le había dado dos hijos mellizos, llamados Egipto y Dánao. El primero consiguió acceder al trono del país del Nilo, que recibió entonces su mismo nombre, y después engendró cincuenta hijos varones de diversas madres. Por su parte, Dánao fue enviado a gobernar Libia, y tuvo a su vez cincuenta hijas, nacidas también de madres diferentes, que fueron llamadas las Danaides. Cuando Belo murió, Egipto propuso que los cincuenta príncipes se casaran con las cincuenta princesas, pero Dánao tenía fundadas sospechas de que Egipto planeaba matar a las Danaides, así que decidió huir llevando consigo a todas sus hijas. Navegaron hacia Grecia pasando por la isla de Rodas, donde erigieron un templo a Atenea. Posteriormente, Dánao desembarcó en la región griega de Argólide, al nordeste del Peloponeso, y sus habitantes le otorgaron pacíficamente el gobierno del país, al conocer por un oráculo que Dánao se apoderaría violentamente del trono si trataban de oponer resistencia.

Mientras tanto, los hijos de Egipto habían perseguido a las Danaides hasta Grecia. Entonces Dánao les hizo creer que accedía finalmente a que se casaran con sus hijas, pero mandó a éstas que asesinaran a sus maridos en la misma noche de bodas, clavándoles en el corazón unos agudos alfileres escondidos en sus cabellos, para poder así librarse de la persistente amenaza de Egipto, el padre de los cincuenta príncipes. Solamente su hija Hipermestra se compadeció de su esposo Linceo, y le ayudó a huir después de que perecieran todos sus hermanos. El resto de las Danaides se volvieron a casar con jóvenes de Argos, y los hijos de estas uniones se llamaron “dánaos”, pero Linceo pudo reencontrarse con Hipermestra y, finalmente, mató a Dánao para reinar en su lugar. No logró, sin embargo, vengar completamente a sus hermanos porque los nuevos maridos de las Danaides, así como el resto de sus súbditos, se opusieron a que ellas también fuesen condenadas a muerte. A partir de entonces, los monarcas micénicos pertenecerían al noble linaje de los dánaos, y de este modo, el famoso héroe Perseo, que fue rey de Argos, Tirinto y Micenas, era hijo de Zeus y de una princesa llamada Dánae.

La primera clave para interpretar este relato, que en un principio puede parecer demasiado fantástico para tener alguna base histórica, está en el nombre del primer soberano, padre de los mellizos Egipto y Dánao. Belo es la versión griega de Bel o Baal, el dios al que adoraban la mayoría de los pueblos semíticos de Siria y Canaán. Así pues, cuando se dice que un rey con este nombre (que significa “señor”) gobernaba en Egipto, la leyenda tenía que referirse a los hicsos, invasores de origen asiático que se apoderaron del país del Nilo en la primera mitad del II milenio a. C. Se sabe, además, que los hicsos establecidos en Egipto identificaron a su dios Baal con el egipcio Seth, que por ello pasó a ser considerado un dios del caos en la religión egipcia. Por otro lado, el poeta Virgilio hace referencia en la Eneida a un rey fenicio, también llamado Belo, a quien se presenta como el padre de la legendaria Dido, fundadora de Cartago.

En cuanto al nombre de Dánao, su raíz lingüística “dan” es igualmente semítica y significa “juzgar”. Como ejemplo tenemos entre los asirios el nombre del rey Assur-Dan, que se traduce como “juez de Assur”. En cambio el nombre de Egipto (o Aigyptos) deriva del término Het-Ka-Ptah que significa “templo del espíritu de Ptah”, aplicado por los egipcios a la ciudad de Menfis. En los textos escritos en acadio, esta denominación era Hikuptah, una forma más próxima a la transcripción griega. Aunque los nombres de Dánao y Egipto no eran helénicos, es cierto que fueron utilizados como antropónimos por los griegos de la Edad de Bronce, ya que dos tablillas micénicas citan ocasionalmente a unos individuos llamados Danajo y Aikupitijo, cuyos nombres son sin duda las formas arcaicas de Dánao, o Danaos, y de Egipto o Aigyptos.

Ya se ha indicado que Grecia fue realmente conocida como Danaya o país de los dánaos, unos 200 años después de que los hicsos fueran expulsados de Egipto, pero también se registra en las fuentes egipcias del siglo XIV a C un territorio asiático, situado entre Siria y Cilicia, que se llamaba país de Danuna. Esta región coincide seguramente con la tierra de los danunim, que ciertas inscripciones anatólicas del siglo VIII a C localizaban en torno a Adana, una ciudad del este de Cilicia. De acuerdo con estas inscripciones, los habitantes de Danuna o danunim debían de ser bilingües, ya que los textos están escritos en luvita, una lengua indoeuropea parecida al hitita, y en fenicio. La proximidad de Adana con Siria permite suponer que esta región fronteriza había sido uno de los territorios originarios de los hicsos, en cuya cultura también se han identificado algunos elementos indoeuropeos, además de los semíticos. Esto explica que la leyenda griega recordase a Dánao (cuyo nombre derivaría entonces del topónimo Danuna) como hijo de un mítico rey de Egipto llamado Belo o Baal. De la región anatólica de Danuna también procedían, con toda probabilidad, los llamados denyen, uno de los Pueblos del Mar derrotados por el faraón Ramsés III a principios del siglo XII a C, ya que los relieves egipcios representan a los guerreros denyen con una indumentaria y un armamento de estilo asiático.

Martin Bernal ha observado, por otra parte, que la obra de teatro con la que los antiguos griegos representaban la llegada a Grecia de Dánao y sus hijas, escrita por Esquilo, se titulaba “Las suplicantes”, y se da la curiosa circunstancia de que el término “suplicante” o “refugiado” se decía en griego “hiketis”, y que el templo helénico donde supuestamente se refugiaron las Danaides pertenecía a un dios llamado “Zeus Hikesios” (o protector de los suplicantes) cuyo epíteto resulta muy similar al nombre de los hicsos. Como es sabido, este nombre es una transcripción del término egipcio “hika-khasut”, que significa “gobernantes extranjeros”, por lo que la raíz griega hiket- o hikes- podría derivar del egipcio “hika” cuyo significado es “gobernante”, si la hipótesis de Bernal es acertada. El desplazamiento semántico de “gobernante” a “suplicante” se justificaría por la condición de refugiado que se atribuía a Dánao, perseguido por su hermano Egipto.

Para concluir este análisis de las leyendas griegas, hay que hacer también referencia a Cefeo, el tercer hijo del rey Belo, quien era por tanto hermano de Dánao y Egipto. En este caso tenemos un nombre helénico que coincide, no obstante, con el de un mítico rey de la ciudad cananea de Jaffa, el cual era el padre de Andrómeda, la famosa princesa que se casó con el héroe griego Perseo. En estas tradiciones, el personaje de Cefeo representa al pueblo que los griegos llamaban cefenos, habitantes de la región de Jaffa. Este enclave de la costa asiática del Mediterráneo, de origen muy antiguo, era conocido por los egipcios como Yapu, y seguramente llegó a estar bajo el control de los poderosos hicsos. La esposa del rey Cefeo y madre de Andrómeda se llamaba Casiopea, y en algunas versiones de la leyenda de Io se da igualmente el nombre de Casiopea, en lugar de Menfis, a la mujer del rey Épafo o Apofis de Egipto. El relato en el que Perseo de Argos, hijo de Dánae y descendiente de Dánao, toma como esposa a una princesa asiática de Jaffa parece expresar por tanto esos vínculos entre la patria originaria de los hicsos, situada en oriente, y la región helénica de Argólide. Se sabe, por otra parte, que una de las 12 tribus israelitas cuyo territorio se encontraba muy cerca de Jaffa fue conocida como tribu de Dan, nombre similar al del país de Danuna.

Así pues, la genealogía mítica de Dánao incluye personajes que sin duda se relacionan con un pueblo de origen asiático como el de los hicsos (Épafo, Belo, Cefeo, o el propio Dánao) y otros personajes que conectan claramente esta leyenda con el nordeste de África (Io, Menfis, Libia y Egipto) y por ello han de representar el territorio que fue conquistado por los hicsos.

LA EXPULSIÓN DE LOS HICSOS

El historiador egipcio Manetón describió a los hicsos como unos invasores que provenían del este, los cuales ocuparon la ciudad de Menfis, situada en el Bajo Egipto, y eligieron como rey a uno de ellos, llamado Salitis. Éste fue el primer soberano de la XV dinastía, que estableció su principal sede en Avaris, junto a la desembocadura oriental del Nilo.

La antigua capital de los hicsos ha sido identificada en el yacimiento de Tell el-Daba, excavado por el arqueólogo Manfred Bietak, y los restos allí encontrados nos indican que, a partir de 1800 a C, la ciudad había empezado a acoger una población de inmigrantes llegados desde Canaán que debieron de ser empleados por los egipcios como soldados, marinos, albañiles y artesanos. A esta infiltración pacífica debió de sumarse posteriormente una invasión militar, llevada a cabo por otro grupo de asiáticos que seguramente poseían un armamento superior al de los egipcios, de modo que Avaris experimentó entonces un gran crecimiento. Los hicsos obtuvieron el dominio efectivo del Bajo Egipto en la primera mitad del siglo XVII a C, cuando conquistaron Menfis, si bien otras regiones del valle del Nilo, como la zona de Tebas, siguieron estando gobernadas por faraones egipcios, quienes pagaban regularmente un tributo a los hicsos. Es posible que la primera oleada de inmigrantes asiáticos procediera de los territorios palestinos más cercanos a Egipto, mientras que la segunda oleada, más agresiva, podría haber tenido su origen en Siria y en la región de Cilicia conocida como Danuna. Esto explicaría la idea, recogida en el relato de Manetón, de que los conquistadores hicsos pertenecían a una raza “oscura”, es decir, desconocida por los egipcios hasta entonces.

Los hallazgos arqueológicos revelan que el comercio tuvo un gran desarrollo en el Egipto gobernado por los hicsos y que las mercancías importadas llegaban a Avaris desde Palestina, Siria y la isla de Chipre. Teniendo en cuenta que la región de Cilicia se encuentra junto a Siria y Chipre, es muy probable que sus habitantes también interviniesen en esas relaciones comerciales, de modo que algunos materiales identificados como chipriotas o sirios por los arqueólogos podrían haber llegado igualmente a Avaris desde la región cilicia de Danuna. Algunos investigadores creen que los hicsos controlaron un gran imperio, el cual se habría extendido por las costas del Mediterráneo oriental. Resulta bastante plausible, al menos, que se estableciesen entonces alianzas políticas y comerciales entre las clases dirigentes que gobernaban los diversos territorios de esa amplia zona geográfica, incluyendo tal vez algunos enclaves de la isla de Creta, Rodas o el Peloponeso. Esas relaciones amistosas se podrían afianzar acordando uniones matrimoniales entre las élites gobernantes.

Se estima que el dominio del Bajo Egipto por los hicsos duró poco más de 100 años. El faraón egipcio Ahmosis, que había reinado en Tebas, consiguió tomar la ciudad de Avaris alrededor del año 1560 a C, y después penetró con su ejército en Canaán, para asegurarse de que los enemigos asiáticos no pudieran reconquistar la región del Delta. El yacimiento arqueológico de Tell el-Daba muestra un nivel de destrucción datado en esa época, en el cual se han encontrado huesos de caballos, lo cual demuestra que los hicsos utilizaban carros de guerra, una importante innovación militar que seguramente había tenido su origen en el norte de Siria. También la ciudad de Ascalón, en la costa de Palestina, muestra un nivel de destrucción en esa misma época. Con Ahmosis se inició una nueva dinastía en Egipto, la XVIII, y el llamado Imperio Nuevo. A partir de entonces, los egipcios fueron más precavidos y ejercieron un control militar sobre Palestina, llegando a dominar también una parte de Siria. Los hicsos que lograron sobrevivir a la destrucción de Avaris habrían sido, por tanto, perseguidos por los egipcios en su huida hacia el norte, donde se localizaban las tierras asiáticas de sus antepasados. Quizás algunos de ellos trataron entonces de ponerse a salvo en otras regiones situadas aún más lejos.

EL ORIGEN DE LA CIVILIZACIÓN MICÉNICA

A mediados del III milenio a C, los habitantes de Grecia eran los pelasgos, un pueblo autóctono que posteriormente fue asimilado por las tribus helénicas de los eolios, jonios y aqueos, desplazadas desde los Balcanes. Estos nuevos pobladores de lengua indoeuropea dominaron Grecia durante el periodo conocido como Heládico Medio, pero el verdadero origen de la civilización micénica ha sido datado en el siglo XVI a C, cuando se inició el Heládico Reciente.

La región griega de Argólide experimentó entonces un importante y repentino desarrollo cultural, representado por los hallazgos arqueológicos de las tumbas micénicas pertenecientes al Círculo A, de acuerdo con la denominación aplicada comúnmente por los arqueólogos. Estos enterramientos son del tipo conocido como tumba de fosa o tumba de pozo, que ya había empezado a utilizarse al final del Heládico Medio en el Círculo B de Micenas. No obstante, los ajuares funerarios eran mucho más ricos y ostentosos en las tumbas del Círculo A, que el arqueólogo Heinrich Schliemann dató equivocadamente en la época de la legendaria Guerra de Troya, alrededor de 1200 a C. Debido a este error inicial de Schliemann, una de las máscaras de oro halladas en las tumbas de fosa conserva aún el impropio nombre de “máscara de Agamenón”. Lo cierto es que esas seis tumbas fueron utilizadas entre los años 1610 y 1490 a C, tal como indica Elizabeth French, si bien la mayoría de los 19 enterramientos practicados en ellas son posteriores al año 1560 a C, la fecha en que los hicsos fueron expulsados de Egipto.

El Círculo A de tumbas-fosa nos muestra que, en aquella época, los miembros de la familia real de Micenas poseían muchas riquezas llegadas desde otras tierras, incluyendo una gran cantidad de oro (un metal bastante escaso en Grecia), y que conocían los carros ligeros de guerra, la misma innovación militar que los hicsos habían introducido en Egipto pero no se había utilizado en el Egeo, en cambio, durante el Heládico Medio. Los gustos artísticos de estos gobernantes eran bastante cosmopolitas, lo cual también los asemeja a los soberanos asiáticos que habían residido anteriormente en Avaris, ya que el comercio había traído hasta Micenas objetos procedentes de la isla de Creta y de diversas regiones de Europa y de Asia, así como otros de estilo egipcio. Las armas de bronce y las representaciones de guerreros formaban igualmente una parte importante de los materiales hallados en estas tumbas.

Para Frank Stubbings, los hombres que introdujeron el uso de carros de guerra en Micenas y la Argólide pertenecían a un grupo de refugiados hicsos, huidos de Egipto con sus riquezas, los cuales se mezclaron con la población helénica local dando así origen a la leyenda de Dánao. La Argólide es precisamente una de las regiones más llanas de Grecia, y por eso resultaba bastante apropiada para utilizar los carros de guerra. También el investigador Robert Drews cree que el uso de estos carros fue llevado a Grecia por unos inmigrantes extranjeros, aunque él no los relaciona con los hicsos expulsados de Egipto, sino con un pueblo que se habría desplazado hasta las costas del Egeo desde el norte de Siria. Por su parte, Michael Astour relacionó a esos inmigrantes con el pueblo de Danuna, establecido originariamente entre Cilicia y Siria, que en su opinión hablaba una lengua semítica. Astour explica así algunos términos griegos que parecen ser de origen oriental, como la palabra khrysos (kuruso en micénico) que significa “oro” y debe de proceder del semítico harûs. En su libro sobre los orígenes del pueblo griego, Luis García Iglesias señala que lo ocurrido en la Argólide en el siglo XVI a C es “muy difícil precisarlo y explicarlo”. Este historiador rechaza la posibilidad de una invasión llevada a cabo por un pueblo extranjero pero reconoce que “las innovaciones que apuntan a estímulos foráneos son muchas” y que “entre la sociedad y la cultura del Bronce Medio y lo que nos ofrece este periodo micénico que comienza hay, en muchos aspectos, diferencias abismales”. Por otra parte, el uso de máscaras funerarias de oro en las tumbas del Círculo A es una costumbre que resulta insólita en las culturas del Egeo pero fue practicada, en cambio, por los egipcios.

La explicación del fenómeno producido en la Argólide podría encontrarse entonces en el mito de Dánao. La tradición griega nos indica que Dánao era un héroe de nombre semítico que huía con su familia de la persecución de otro poderoso personaje llamado Egipto y que encontró refugio en la Argólide. De la unión de sus hijas con jóvenes argivos nació el pueblo de los dánaos, y está documentado que Grecia recibió realmente el nombre de Danaya, o país de los dánaos, en el Bronce Reciente. La leyenda helénica nos cuenta, además, que Dánao descendía de Épafo o Apofis, uno de los soberanos hicsos de Egipto, así como de una princesa de Argos.

Podría pensarse, no obstante, que Dánao se había refugiado en Grecia en un momento diferente a la expulsión de los hicsos y que su huida hubiese estado motivada entonces por una disputa dinástica con su hermano, por haber sido ambos aspirantes al trono de Egipto. Sin embargo, hay un texto de la Biblioteca Histórica escrita por Diodoro Sículo (XL, 3, 2) en el que se cita a Hecateo de Abdera, otro autor griego que visitó Siria y Egipto en el siglo IV a C, el cual expresa lo siguiente: “Así pues, los invasores fueron expulsados del país (es decir, de Egipto) y aquéllos que más destacaban y eran más activos se agruparon y, según dicen algunos, arribaron parte a las costas de Grecia, y parte a otras regiones; sus dirigentes eran hombres notables, entre ellos Dánao […]”. Por consiguiente, Hecateo describe claramente a Dánao y a sus seguidores como unos “expulsados” que anteriormente habían sido “invasores” de Egipto, refiriéndose sin ninguna duda a los hicsos. Este autor creía, además, que otros refugiados hicsos se habían asentado en las tierras altas de Canaán, de modo que los israelitas también descenderían de ellos, una idea que fue igualmente expuesta por el historiador judío Flavio Josefo en base a otros textos de Manetón. Esta última interpretación no resulta demasiado extraña, si tenemos en cuenta que entre los inmigrantes asiáticos que ocuparon Avaris hubo una primera oleada llegada desde Palestina, la cual también podría incluir un grupo de nómadas hebreos.

Se pueden llegar a reconstruir los acontecimientos históricos suponiendo que los hicsos habían gobernado un gran territorio que no sólo se extendería por el norte de Egipto, sino también por las tierras de Palestina y Siria hasta alcanzar la región de Cilicia, en el sureste de Anatolia, y que además podría englobar la isla de Chipre. De este modo, los pueblos que vivían en las costas de Anatolia y del Egeo habrían tenido que establecer unos lazos de amistad con los hicsos, para poder mantener sus contactos comerciales en oriente. En Creta se encontró una cartela con el nombre de Khyan, uno de los reyes hicsos, y resulta así posible que se hubiesen producido uniones matrimoniales entre miembros de las castas gobernantes de los hicsos y de otros pueblos del Egeo, incluyendo los griegos micénicos, para favorecer esas relaciones comerciales. Estos métodos fueron bastante habituales en la Edad de Bronce y los propios egipcios los pusieron después en práctica, en la época del Imperio Nuevo.

Siguiendo con esta hipótesis, uno de los poderosos extranjeros que vivían en Avaris durante la primera mitad del siglo XVI a C podría descender de la unión matrimonial entre un hicso y una princesa micénica, y habría aprovechado esa circunstancia para refugiarse en la Argólide junto con sus familiares y seguidores cuando los egipcios reconquistaron el Delta del Nilo. Una vez en Grecia, los refugiados hicsos establecerían nuevos lazos matrimoniales con los miembros de la realeza micénica y les transmitirían sus novedosos conocimientos. Si esos refugiados tenían otros antepasados en la región cilicia de Danuna, entonces es perfectamente factible que se considerasen a sí mismos “dánaos” y que sus descendientes en Grecia fuesen llamados igualmente dánaos, además de aqueos, tal como hizo Homero en la Ilíada. Puesto que los inmigrantes habrían sido poco numerosos, en la Argólide se continuó hablando el griego micénico después de su llegada, y no se adoptó la lengua de los extranjeros salvo en unos pocos términos. Uno de ellos sería el nombre egipcio de la luna, Io, que debió de sustituir al griego Selene, de modo que la tradición mítica pudo haber identificado a la antigua princesa argiva de la cual descendía Dánao con la divinidad lunar que veneraban los refugiados. La civilización micénica sería, por tanto, una continuación de la anterior cultura heládica del Bronce Medio, enriquecida con las innovaciones aportadas por ese pequeño grupo de inmigrantes que fue asimilado por la población local.

Respecto a la mítica persecución de Dánao por su hermano Egipto, este último personaje debe de representar el papel jugado por la dinastía egipcia que gobernaba en Tebas y que consiguió expulsar finalmente a los hicsos. Ya sabemos que los egipcios, dirigidos por el faraón Ahmosis, atacaron también a los soberanos asiáticos en la región vecina de Palestina, pero resulta muy poco probable que llegasen en su persecución hasta la propia Grecia, como se cuenta en la leyenda helénica. Hay que rechazar pues la idea de que un egipcio llamado Linceo (cuyo nombre es griego y no egipcio) se convirtiese en rey de Argólide por su matrimonio con una de las Danaides, y que la dinastía que gobernó posteriormente en Micenas descendiera directamente de aquel príncipe egipcio. Así y todo, los hallazgos arqueológicos indican que los egipcios establecieron relaciones diplomáticas y comerciales con los cretenses en los inicios del Imperio Nuevo, asumiendo así el papel que anteriormente habían desempeñado los hicsos en las redes de intercambio del Mediterráneo oriental. Quizás por ello consideraban a la madre de Ahmosis, llamada Ahhotep, soberana de “las fronteras de Haunebu” o de las islas del Egeo, tal como puede leerse en ciertos textos.

Durante el Heládico Reciente, los comerciantes micénicos navegaron frecuentemente hasta las costas del Levante asiático, patria originaria de los hicsos, y se decía que los hijos del rey Ínaco de Argos buscaron en esas mismas regiones a su hermana Io. La ciudad cilicia de Tarso, situada en la tierra de Danuna, llegó a ser colonizada por griegos micénicos en el siglo XII a C, así como la vecina isla de Chipre, después de que se produjese la gran crisis de los Pueblos del Mar. Tal vez creyesen que tenían derecho a ocupar esas tierras por mantener un antiguo y lejano parentesco con sus habitantes, a pesar de que ellos pertenecían, más propiamente, al pueblo helénico de los aqueos.

Lo que aquí se ha expuesto no deja de ser una hipótesis. Después de todo, se puede seguir pensando que la civilización micénica surgió como una creación independiente, y no por el estímulo de un grupo de inmigrantes de Oriente Próximo. Pero entonces habría que buscar otra explicación a la similitud entre los nombres de Danuna y Danaya, de Épafo y Apofis, así como a la propia leyenda de Dánao. También habría que dar otra respuesta a la cuestión planteada por el nombre egipcio que los argivos daban a la luna.


BIBLIOGRAFÍA

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Nota: El copyright del artículo “Los hicsos y la leyenda de Dánao” pertenece a Carlos J. Moreu. El permiso para volver a publicar esta obra en forma impresa o en Internet ha de estar garantizado por el autor.

miércoles, 2 de enero de 2013

LEYENDAS DEL MONTE PALATINO

Los relatos míticos sobre el origen del pueblo latino y la ciudad de Roma se refieren a dos pueblos procedentes del Egeo que se habían establecido en el Lacio: los troyanos que, según la leyenda, siguieron a Eneas desde el noroeste de Anatolia, y los arcadios que habían sido conducidos desde Grecia por otro héroe llamado Evandro. El poeta Virgilio relató estas dos migraciones en la famosa Eneida, indicando además que los troyanos y los arcadios se unieron en una coalición para luchar contra otras tribus itálicas. De acuerdo con la narración de Virgilio, los arcadios ya llevaban algún tiempo viviendo en el monte Palatino, una de las colinas que formarían la futura Roma, cuando los troyanos que habían sobrevivido a la legendaria Guerra de Troya desembarcaron en el Lacio. Ambos pueblos habrían jugado un importante papel en la génesis del pueblo romano, al haberse mezclado étnicamente con los antiguos latinos.

El mito de Eneas simboliza, con toda probabilidad, el asentamiento en Italia de los etruscos, cuyo origen en Anatolia occidental fue señalado por un gran número de autores clásicos y ha sido confirmado por los modernos estudios genéticos. Cabe señalar que Virgilio también mencionó a los etruscos como miembros de la coalición formada por troyanos y arcadios. No obstante, este artículo se va a centrar en la cuestión planteada por la leyenda de Evandro, héroe procedente de la región griega de Arcadia, y en su relación con la historia de Italia y Roma. (Sobre los demás temas, puede consultarse el estudio titulado "Tarcón y Eneas: El origen de los etruscos" en http://pueblos-del-mar.blogspot.com.es/2012/11/la-crisis-de-1200-c-4.html)

La más antigua referencia a Evandro que se conoce fue escrita por el griego Hesíodo alrededor de 700 a C, pero nos ha llegado a través de un pasaje de los comentarios a la Eneida (8, 130) que hizo el romano Servio. Hesíodo presentaba a Evandro como hijo de Équemo, rey de la ciudad arcadia de Tegea, y de Timandra. Posteriormente se le consideró hijo del dios Hermes y de una ninfa llamada Carmenta, Nicóstrata o Temis, la cual estaba dotada con el don de la profecía; de modo que también se menciona en la Eneida a la sibila Carmenta como madre de Evandro. Eratóstenes, otro erudito griego que dirigió la Biblioteca de Alejandría a finales del siglo III a C, atribuyó a Evandro la introducción del culto al dios Pan en el territorio de la futura Roma, siendo ésta la más antigua referencia que se conoce sobre la mítica migración de Evandro a la región del Lacio. El historiador romano Fabio Pictor también recogió esta tradición a finales del siglo III a C, basándose probablemente en el texto de Eratóstenes. Respecto a las razones de la migración de Evandro desde Arcadia hasta Italia, Servio relató que este héroe había tenido que abandonar su país por haber matado a su padre Équemo, mientras que Dionisio de Halicarnaso dijo que Evandro se exilió en Italia por haber pertenecido a una facción vencida en conflicto.

A Evandro se le atribuyó la introducción de la escritura y la música entre los latinos, así como el culto a Pan Liceo, a Carmenta y a otras divinidades helénicas. El nombre griego de Evandro significa “buen hombre” o “benefactor”. Según Virgilio, los arcadios que llegaron a Italia bajo la dirección de Evandro fundaron en el Lacio una pequeña ciudad, predecesora de Roma, a la que llamaron Pallanteum o Palantea, de modo que la colina donde se edificó esta ciudad fue posteriormente conocida como el monte Palatino. El término Palantea derivaba a su vez del nombre de Palas o Palante, un legendario antepasado de los arcadios que era hijo de Licaón y nieto de Pelasgo. Este último estaba considerado entre los griegos como el primer habitante de Arcadia, nacido de la propia tierra, y sin duda personificaba a la tribu prehelénica de los pelasgos, la cual debía de vivir en Grecia y otras regiones del Egeo desde la época neolítica. También el hijo de Evandro, mencionado con frecuencia en la Eneida, se llamaba Palas o Palante, aunque otros autores consideraron a este último personaje como nieto de Evandro por haber nacido de la unión del famoso Hércules con una de sus hijas. Ahora bien, entre los romanos se veneró a una diosa Palas o Pales que protegía a los pastores y sus ganados, y otra tradición indica que la madre del rey Latino, legendario progenitor de los latinos, se llamaba Palanto. De hecho, la raíz lingüística de todos estos nombres, pal- o pel-, significa “protección” y puede encontrarse en muchas otras lenguas además del griego, por lo que su origen debe de ser muy antiguo.

Si bien Hesíodo había relacionado a Evandro con la ciudad arcadia de Tegea, otros autores más recientes lo consideraron originario de Palantion o Pallantion, ciudad situada entre Arcadia y Laconia que también fue conocida como Pellana y cuyo fundador habría sido el hijo de Licaón llamado Palas. La semejanza entre los nombres de la Palantion arcadia y la Palantea romana resulta evidente, y se sabe además que la primera de estas dos ciudades ya existía en la Edad de Bronce, gracias al hallazgo de unos importantes restos arqueológicos que incluyen un palacio de la época micénica. Volviendo al nombre de Palas, éste no sólo fue aplicado al legendario hijo de Licaón y al hijo de Evandro, sino que también hubo un titán o gigante llamado Palas, que para algunos autores griegos fue el padre de la diosa Atenea, en lugar de Zeus. Como Atenea mató al gigante Palas, cuando éste trataba de violarla, la diosa también era conocida como Palas Atenea y se la representaba con una piel de cabra o “égida” que la protegía y que había sido la propia piel del gigante, mezcla de hombre y macho cabrío. En otra versión de este relato, Atenea agregó a su nombre el de una muchacha llamada Palas, hija del dios Tritón, que había sido compañera de juegos en su juventud y a quien la diosa había matado accidentalmente. El último personaje llamado Palas o Palante que podemos encontrar fue un héroe ateniense, hijo del rey Pandión y padre de los llamados Palántidas.

Si nos fijamos ahora en los topónimos griegos, encontramos en otras zonas de Grecia nombres muy parecidos al de la ciudad arcadia de Palantion. En Acaya, región vecina de Arcadia que se sitúa al norte del Peloponeso, hubo otra ciudad llamada Pelene, la cual fue citada por Homero en la Ilíada como parte del territorio sobre el que reinaba Agamenón. Esta Pelene de Acaya había sido fundada, según la tradición, por el gigante o titán Palas. Los demás lugares denominados Palene o Pelene pertenecían a las regiones de Ática, Eubea y Calcídica. Todos estos topónimos pueden ser de origen pelasgo, ya que se localizan en regiones que, al igual que Arcadia y Acaya, habían estado habitadas por los pelasgos antes de que las ocupasen otras tribus helénicas como los jonios y los aqueos. Arcadia es una región montañosa situada en el centro del Peloponeso y por ello debieron de pervivir en esta zona unas tradiciones culturales de origen muy antiguo que se remontaban a tiempos prehelénicos. También la cultura de los griegos micénicos tuvo uno de sus lugares de  refugio en Arcadia, después de que se produjera la invasión del Peloponeso por los dorios en la segunda mitad del siglo XII a C, así como en la vecina región de Acaya.

De acuerdo con la leyenda transmitida por Virgilio, el héroe arcadio Evandro llegó al Lacio con un grupo de seguidores antes de que tuviese lugar la mítica Guerra de Troya, lo cual situaría el acontecimiento en el siglo XIII a C. Evandro enseñó a los latinos el uso de la escritura y se estableció con su gente en la colina del Palatino. Al pie de este pequeño monte, en la cueva denominada Luperca o Lupercal, los arcadios instituyeron el culto a Pan Liceo, un dios de los pastores y los rebaños (como la diosa romana Palas) al que se representaba como mitad hombre y mitad macho cabrío (al igual que ocurría con el gigante Palas de la mitología griega, que tenía piel de cabra). El dios arcadio Pan Liceo, o Pan “de los lobos”, pasó a ser conocido por los romanos como Fauno Luperco, y el significado del término latino Luperco también es “lobuno”. Por otra parte, los arcadios creían descender de los patriarcas míticos Pelasgo y Licaón, cuyo nombre está igualmente relacionado con el término griego lykos que significa “lobo”. Y como es sabido, los legendarios Rómulo y Remo (fundadores de Roma según otra tradición latina) fueron amamantados por una loba en esa misma cueva donde se veneraba a Fauno Luperco, equivalente al dios arcadio Pan Liceo. Evandro también introdujo entre los latinos el culto a Carmenta, una diosa de la adivinación que podría estar relacionada con las Keres de la mitología griega, las cuales representaban los destinos de cada hombre, y con el nombre de la ninfa cretense Carme. Otras divinidades que, según estas tradiciones, habrían sido llevadas al Lacio por Evandro fueron Poseidón Hippios (o Neptuno Ecuestre), Niké (o la Victoria) y Ceres (diosa de la agricultura semejante a la Deméter griega).

Ahora bien, en este relato hay varios elementos que resultan anacrónicos. En primer lugar, los latinos aprendieron a escribir en el siglo VII a C y no en el siglo XIII a C, una época en la que aún no se habían establecido en el Lacio. Los arqueólogos han comprobado, de hecho, que la cultura material de los latinos o “cultura lacial” se inició hacia el año 1000 a C, ya que los propios latinos eran un pueblo inmigrante que se había desplazado hasta el centro de Italia desde el norte, al igual que hicieron otros pueblos itálicos de lenguas indoeuropeas. Con respecto a la ciudad de Roma, se ha comprobado que realmente empezó a desarrollarse en la zona del monte Palatino y del valle del Foro, pero esto ocurrió a mediados del siglo VIII a C, una fecha que coincide con la tradicional fecha de la fundación de Roma por Rómulo (753 a C). Anteriormente esta zona había estado habitada de forma más dispersa, y no se han encontrado hasta el momento vestigios arqueológicos de un asentamiento anterior que tuviera la suficiente relevancia, y aún menos de una colonia establecida por un grupo llegado desde Grecia. Lo que sí resulta verdadero es que durante el siglo XIII a C las costas de Italia fueron visitadas por navegantes procedentes del Peloponeso que comerciaban con la población local, y con toda probabilidad estos visitantes llegaron a establecerse en algunos enclaves del golfo de Tarento, situado en el extremo meridional de Italia. Los hallazgos de cerámica micénica así lo indican, y el análisis de estos restos revela que una parte de la cerámica había sido traída desde el Peloponeso y desde la isla de Creta y que otra parte había sido fabricada en la propia Italia. El yacimiento arqueológico de mayor interés es Broglio di Trebisacce, el cual se encuentra al nordeste de Calabria, muy cerca del lugar donde posteriormente se fundó la colonia griega de Sibaris. También se ha encontrado cerámica micénica en un yacimiento del Lacio, llamado Casale Nuovo, que se puede datar entre los siglos XIII y XII a C, así como en otros yacimientos localizados al norte del Tíber, en la región que fue posteriormente ocupada por los etruscos; pero estos hallazgos sólo parecen reflejar la actividad comercial de los navegantes helénicos y no la existencia de unos asentamientos permanentes.

Así y todo no resulta imposible, desde el punto vista histórico, que un noble arcadio del siglo XIII a C hubiese emigrado a la región italiana de Broglio di Trebisacce y del golfo de Tarento, que fue la más frecuentada por los griegos del Peloponeso durante esa época, en lugar de trasladarse hasta el Lacio. Se ha comprobado que los arcadios también fueron navegantes, pese a vivir en una región del interior, y que en el siglo XII a C fundaron una colonia en la isla de Chipre llamada Palaepafos. De acuerdo con la tradición griega, el rey Agamenón de Micenas había proporcionado una flotilla a los arcadios para que interviniesen en la legendaria Guerra de Troya y, después de que la ciudad asiática fuera destruida, estos expedicionarios arcadios navegaron hasta la costa occidental de Chipre para fundar Palaepafos, bajo el mando del rey Agapenor de Tegea. Las excavaciones arqueológicas han demostrado que Troya fue realmente incendiada alrededor de 1200 a C y que la isla de Chipre fue invadida por los griegos micénicos poco después de esa fecha. También se ha comprobado, gracias a una pequeña inscripción del siglo XI a C hallada en Palaepafos, que en esta ciudad de Chipre se hablaba una lengua semejante al dialecto arcadio de finales de la Edad de Bronce (el cual utilizaba la terminación -u para formar el genitivo, como ocurre en la citada inscripción chipriota). Además de esto, se han encontrado en Palaepafos ricas tumbas de principios de la Edad de Hierro que revelan la bonanza económica de sus habitantes, debida seguramente al comercio marítimo, y este dato puede relacionarse con otros hallazgos del sur de Italia, como ciertos tipos de fíbulas y de espadas de hierro, datadas alrededor de 900 a C, cuyo origen se suele situar en Chipre. Así pues los grecochipriotas debieron de sustituir a los griegos micénicos en las relaciones comerciales con el sur de Italia durante los siglos X y IX a C, y el puerto más occidental de Chipre se encontraba justamente en la colonia arcadia de Palaepafos.

Puesto que la presencia helénica fue más frecuente en el sur de Italia que en el Lacio, durante el periodo anterior a la fundación de Roma, hay que situar en una fecha más reciente la difusión de esos elementos culturales de origen griego y arcadio entre los latinos (el culto a Pan como Fauno, a la diosa Palas y el nombre del monte Palatino). Fue a partir del siglo VIII a C cuando los griegos establecieron un gran número de colonias en el sur de Italia y cuando estos mismos colonos y comerciantes helénicos empezaron a mantener relaciones comerciales con los romanos en las orillas del Tíber. El lugar donde solían producirse estos intercambios era el llamado Foro Boario, que había sido un mercado del ganado desde tiempos muy antiguos. Por la cantidad de cerámica griega encontrada en este lugar, se cree que allí llegó a residir una comunidad de comerciantes griegos desde el siglo V a C, los cuales introdujeron en la zona el culto a Hércules. La tradicional relación del Foro Boario con la ganadería y el pastoreo explicaría que los griegos también difundieran en Roma el culto a Pan y a Palas, ya que ambas divinidades protegían los rebaños. Es posible que los latinos hubiesen adorado a una deidad relacionada con los lobos en la cueva Luperca, situada al pie del Palatino, y que unos griegos procedentes del Peloponeso asimilasen este culto al de Pan Liceo, cuyo nombre pasó a la cultura latina como Fauno Luperco. Se relacionó asimismo al dios Pan o Fauno con Silvano, dios latino de los bosques.

Ahora bien, los colonos griegos que se establecieron en el sur de Italia entre los siglos VIII y VI a C procedían principalmente de las regiones de Acaya, Eubea y Lócride; pero sólo el primero de estos territorios se encontraba en el Peloponeso y colindaba, como ya sabemos, con la región de Arcadia. También sabemos que en la costa de Acaya hubo una ciudad llamada Pelene, mencionada en la Ilíada poco antes de 700 a C, y se da la circunstancia de que los colonizadores aqueos fundaron por esas mismas fechas la ciudad de Sibaris, muy próxima al antiguo enclave micénico de Broglio di Trebisacce que se situaba en el nordeste de Calabria. Otras colonias aqueas en el sur de Italia fueron Metaponto, Crotona, Caulonia, Terina y Temesa, la mayoría de las cuales se localizaban en Calabria. Hay que tener en cuenta que desde  las costas de Acaya se podía llegar rápidamente al mar Jónico y cruzando este mar se alcanzaba el extremo meridional de Italia. Sin duda los habitantes de Acaya ya habían practicado esta ruta marítima en la época micénica, así que cuando fundaron la colonia de Sibaris, unos 600 años después, los aqueos estarían retornando a un lugar que ya había sido conocido por sus antepasados. Podemos suponer, además, que entre los comerciantes griegos que visitaron la nueva ciudad de Roma y que acabaron estableciéndose en el Foro Boario, había un cierto número de aqueos llegados desde las citadas colonias del suroeste de Italia.

El interés de Calabria, como área de transmisión de los elementos culturales que conforman el mito de Evandro, resulta aún mayor cuando se comprueba que el topónimo Palantion o Pelene también se documenta en esta zona. Licofrón de Calcis hizo una referencia a los pobladores itálicos de la costa oriental de Calabria, en el verso 922 de su poema Alexandra, a quienes denominó “ausones pelenios”, es decir, ausones de Pelene. El término ausones o ausonios fue habitualmente utilizado por los griegos para referirse a una tribu indoeuropea del suroeste de Italia, la cual debía de estar muy emparentada con los ítalos y los sículos. Además del testimonio de Licofrón, autor del siglo III a C, Dionisio de Halicarnaso hizo otra interesante referencia (en “Antigüedades Romanas” XIX, 2, 1) a una Palantion de Italia que se sitúa claramente en Calabria y no en el Lacio, ya que este autor cuenta cómo el fundador de la colonia eubea de Regio, localizada en el extremo meridional de Calabria, había navegado “alrededor de Palantion en Italia” para poder llegar hasta allí. Un último dato de interés, en relación con esta cuestión, lo proporciona el nombre que los romanos daban a la colonia griega de Hipponion, fundada por los locrios en la costa occidental de Calabria. Su denominación latina era Valentia, que pervive en la actualidad como Vibo Valentia, y esta ciudad se encuentra muy cerca del yacimiento arqueológico de Torre Galli, el cual ha revelado que en esa misma zona ya hubo un importante puerto comercial alrededor de 900 a C. En Torre Galli se han encontrado objetos procedentes de Asia y Egipto que debieron de ser transportados por comerciantes grecochipriotas o fenicios. El nombre de Valentia bien podría ser una corrupción latina del griego Palantea, ya que el romano Festo también denominó Valentia a la legendaria ciudad del monte Palatino, basándose en otro relato que fue escrito por un historiador griego de Italia de nombre desconocido. En esta versión alternativa de la leyenda de Palantea, la ciudad predecesora de Roma, sus fundadores helénicos no son arcadios, sino que proceden de Atenas, Tespies y Sición, y conviene señalar que el último de estos enclaves se situaba en la costa septentrional del Peloponeso, cerca del puerto aqueo de Pelene.

Así pues, la región de Calabria, o al menos una parte de ella, fue llamada Palantion por los griegos. Los navegantes que introdujeron esta denominación en el extremo meridional de Italia podrían ser aqueos, arcadios o arcadio-chipriotas, ya que en Arcadia y Acaya hubo ciudades con nombres semejantes. Desde finales del siglo VIII a C, los colonos helénicos del sur de Italia mantuvieron unas importantes relaciones comerciales y culturales con los romanos, de modo que las ideas y creencias difundidas por los griegos en el sur de Italia fueron después transmitidas al pueblo latino. Por ello se aplicó también el nombre griego de Palantion o Palatino a uno de los montículos romanos, y allí se introdujeron los cultos al héroe arcadio Evandro, al dios Pan Liceo y a la diosa Palas, muy relacionada con Atenea. Es posible, por tanto, que el primer relato sobre la emigración de Evandro a Italia situase su nuevo hogar en la Palantion calabresa y no en el territorio de la futura Roma, y que esa narración originaria se hubiese alterado en algún momento anterior al siglo II a C debido a la preponderancia que alcanzaron los romanos entre los pueblos de Italia. De hecho hubo un autor del siglo V a C, Ferécides de Atenas, que estableció un parentesco étnico de los enotrios y peucetios, dos pueblos del sur de Italia, con los arcadios, al afirmar que sus héroes epónimos (Enotro y Peucetio) eran hijos de Licaón, el mítico patriarca de Arcadia de quien también descendía Evandro. En realidad, los enotrios y los peucetios debían de ser unas tribus indoeuropeas más emparentadas con los ilirios, que vivían al noroeste de los Balcanes, que con los griegos, pero el hecho de que Ferécides los considerase descendientes de Licaón refuerza la idea de que los pueblos del Peloponeso podrían haber llegado a mezclarse étnicamente con ellos. También los enotrios, como los arcadios, fueron trasladados desde el sur de Italia hasta el Lacio por Dionisio de Halicarnaso, un autor griego más tardío. Éste llegó a identificar a los primeros latinos, a los que él llamaba “aborígenes” u originarios, con un pueblo griego procedente de Acaya o de Arcadia (véase Ant. Rom. I, 11 y I, 13). En cualquier caso, el nombre de los enotrios procede de una de las denominaciones griegas del sur de Italia, Enotria, que significa “tierra de viñedos”, el cual pudo haber sido igualmente aplicado a una parte de sus habitantes, aunque éstos no fuesen realmente griegos. Según Antíoco de Siracusa, los ítalos también habían sido llamados “enotrios”, de modo que este término resulta bastante ambiguo y no puede considerarse propiamente un etnónimo.

En conclusión, la leyenda de Evandro el “benefactor” simboliza la labor civilizadora de los colonos griegos que se establecieron en la península itálica, y ésta no es la única tradición mítica que posee tal fundamento. Las leyendas griegas también relatan las aventuras de otros héroes griegos en aquellas tierras, y algunos de ellos (como Diomedes, Idomeneo y Filoctetes) fueron considerados los fundadores de diversas ciudades localizadas en el sur de Italia. En otras narraciones se llega a presentar a Latino, el antepasado de los romanos, como hijo de Hércules y Palanto, o de Ulises y Circe. Todas son variantes de una misma historia que es real y verdadera: la gran influencia cultural que, desde los inicios de su historia, los romanos recibieron de la civilización griega.


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